martes, 5 de febrero de 2013

¿Decides o eliges? Usando la razón para tomar decisiones


 
Cada día tomamos cientos de decisiones, o mejor dicho, elegimos cientos de veces. Elegimos porque casi siempre tenemos varias alternativas y escogemos una de ellas, desechando las otras y renunciando, sin apenas pensarlo, a las posibles consecuencias que pudieran derivarse de esa elección. Llevamos en los genes la capacidad de elegir y compartimos esa capacidad con roedores, monos, palomas y otros muchos animales con los que probablemente no nos sintamos muy identificados. Esta capacidad de elección esta cincelada a consciencia por los mecanismos de la evolución y, en líneas generales, funciona bastante bien.
No suele irnos mal con la ropa que elegimos por la mañana, ni con el segundo plato que elegimos para comer, ni con la ruta que utilizamos para ir al trabajo. Al final no pasamos ni frío, ni hambre y conseguimos llegar al trabajo. También es verdad que en más de una ocasión nos damos cuenta de que quizá otras alternativas habrían funcionado mejor, ¿no es así?.
Los problemas aparecen cuando nos volvemos más exigentes, cuando ya no nos vale con lo que necesitamos si no que queremos más, vamos a por nota y no queremos equivocarnos. En estos casos es donde entran en juego los procesos más elaborados de toma de decisiones. Nuestra cabeza pone en marcha procesos racionales, mucho más analíticos y costosos. Empezamos a tener en cuenta los argumentos o propiedades de las diferentes alternativas y a hacer alguna clase de ponderación entre ellas. El resultado de ese análisis es la aparición de una nueva materia mental: las razones. Las razones son los argumentos que utilizaríamos para convencer a otros o a nosotros mismos de que una alternativa es mejor que otra. Teniendo en cuenta podríamos preguntarnos, ¿cuál es la diferencia entre elegir y tomar decisiones? La diferencia básica es el uso que hacemos de las razones.
Cuando elegimos escogeremos con razones pero no por ellas. Cuando elegimos, las razones son secundarias, están ahí pero no las tenemos en cuenta al escoger entre las alternativas. Es nuestra historia de aprendizaje la que manda, lo que hemos vivido hasta ese momento se convierte en el principal argumento para escoger. Nuestros valores, nuestras actitudes, seamos o no conscientes de ellas son las que determinarán la preferencia por una alternativa u otra. Esto es compatible con la presencia de poderosas razones a favor o en contra de las diferentes alternativas. Lo importante de la elección es que se hace sin tener en cuenta esas razones. Dicho de otra forma, cuando elegimos, escogeremos con razones pero no por ellas. Esto es lo que hacemos los animales relativamente evolucionados. Luego, asumamos cuanto antes que tenemos un derecho no negociable y biológicamente justificado a elegir y a no tener que justificar nuestra elección con razones o argumentos. La razón de nuestra elección es la elección misma: “escogí eso porque lo prefería”.
Por otra parte, cuando decidimos, las razones son el eje central del proceso. La toma de decisiones racional, debe ser ante todo eso, racional. Debemos valorar los pros y los contras de cada alternativa y ponderarlos de acuerdo con su peso o importancia para alcanzar el objetivo que se esconde detrás de la toma de decisiones. Debe tratarse de un proceso controlado, consciente y lo más exhaustivo posible.
No te dejes llevar
Todos tenemos una caja de herramientas bien nutrida para enfrentarnos a los dilemas. Podemos dejarnos llevar por lo que hemos aprendido, y sencillamente permitir que sea nuestra sensación de preferencia la que actúe. Recordemos que esta sensación es tremendamente eficaz para las necesidades, para lo que realmente nos hace falta para vivir. Y este es a la vez su gran inconveniente. Al tratarse de una herramienta ingeniada por la evolución para la supervivencia, prioriza las consecuencias a corto plazo. Esto puede llevarnos a escoger opciones que nos den problemas en el medio y largo plazo. Por ejemplo, escoger entre fumarse un cigarro o dejarlo hoy mismo, dejarnos llevar por una relación atractiva que sin embargo sabemos que nos va a dañar en el futuro, etc. Se trata de elecciones que son tremendamente agradables en el corto plazo pero que nos perjudican de cara a nuestros objetivos de más largo recorrido. En estas ocasiones, cuando comprobamos que nuestras metas se están viendo deterioradas por nuestras elecciones, quizá sea interesante plantearse pasar a una toma de decisiones más racional y controlada en la que asignemos a las consecuencias a largo plazo la importancia que se merecen.
Por otra parte, todos hemos vivido situaciones en las que nos bloqueamos en la toma de decisiones. Por alguna razón, escoger entre las alternativas disponibles se vuelve una tarea imposible que nos lleva a aplazar sistemáticamente la acción hasta el punto de llegar a paralizarnos. Generalmente esto se debe a dos causas. La primera es que la diferencia entre las alternativas sea tan sutil que cuesta posicionarse con seguridad en una de las alternativas. La otra posibilidad es que nos de un miedo tan atroz equivocarnos, que no nos atrevemos a reconocer nuestra decisión, aunque ya tengamos una idea de cuál va a ser.
Nunca tendrá la oportunidad de comparar su vida actual con otra vida en la que escogió la otra alternativa. En cualquier de los dos casos hay una receta casi infalible, sea valiente. Si la diferencia es tan pequeña como para que no pueda decidirse, entonces probablemente las diferencias en los efectos de una y otra serán imperceptibles. No pierda más tiempo, elija ya. Por otra parte, cuando escoja una de las alternativas el mundo dejará de existir para la otra. Nunca tendrá la oportunidad de saber cómo le habría ido si hubiera escogido el otro camino. Nunca tendrá la oportunidad de comparar su vida actual con otra vida en la que escogió la otra alternativa. Por lo tanto no hay forma de saber si usted se equivocó, nunca lo sabrá.  En muchas ocasiones el problema está más en nuestra cabeza, es decir, nos torturamos de tal forma diciéndonos que nos hemos equivocado, que al final acabamos por actuar como si así hubiera sido, y claro, los resultados no son buenos.
Ante esto, le sugerimos pasar a la acción. Usted tiene derecho a elegir, a escoger lo que quiere que le pase, aunque no siempre parezca lógico y razonable. La única condición es asumir las consecuencias que sigan a su elección y hacerse responsable de ellas. Afronte los problemas que se generen como consecuencia de haber tomado ese camino y demuéstrele al mundo y, sobre todo a usted mismo, que es capaz de convertir esa realidad en la mejor de las realidades imaginables. Cuando la duda le paralice recuerde que lo verdaderamente importante no es la decisión, sino lo que viene después. No se arrepienta ni se culpe, tenía todo el derecho del mundo a elegir lo que eligió. Siéntase seguro con la realidad que ha creado y si cree que puede mejorarla, trate de sacar lo mejor de usted para conseguirlo. No olvide que cada día tendrá una nueva oportunidad de conseguirlo y de tomar nuevas y más acertadas decisiones.  


El confidencial.

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