En 2007, el investigador Michael Bar-Eli
publicó un revelador estudio en el Journal of Economic Psychology en el
que intentaba averiguar qué pasa por la cabeza de los porteros de fútbol
nanosegundos antes de que el jugador del equipo contrario chute el balón desde
el punto de penalti. Aunque los lanzadores suelen repartir la trayectoria de
sus disparos entre el centro, la izquierda y la derecha de la portería, el
portero tiende a lanzarse hacia un lado u otro. ¿Por qué?
Como recuerda el profesor israelí, cuando no sabemos
qué hacer, pensamos que lo mejor es hacer algo y, sobre todo, no quedarse
parado, ante el riesgo de parecer tontos. Es el llamado “sesgo de acción” o action
bias, uno de los sesgos cognitivos menos conocidos, que hace que nos
sintamos mejor ante un problema si tenemos la sensación de que hemos hecho
algo, por mucho que la situación no haya cambiado o incluso la hayamos
esperado.
El valor de esperar
Una de las máximas más célebres del inversor Warren Buffett es “al invertir, no hay una
correlación clara entre la actividad y el rendimiento”. O, dicho de otra forma,
no gana el que más invierte, sino en muchas ocasiones, el que mejor sabe
esperar sin que la inactividad no acabe con sus nervios.
Los jugadores novatos de póker suelen ir en todas las
manos. Diversos estudios han demostrado que, precisamente, son los policías o
miembros de la fuerza de seguridad más veteranos los que más tardan en
intervenir en caso de una pelea. No se trata de desidia, sino de experiencia.
Debido a que un novato se muestra inseguro ante algo a lo que nunca ha
tenido que hacer frente, el sesgo de acción le lleva a intentar terciar cuanto
antes. ¿El resultado? Que en esos casos, al intervenir, suele haber muchos más
heridos.
El económico y el policial no son los únicos ámbitos
en los que el sesgo de acción puede ser altamente perjudicial. También lo es la
medicina, cuando un facultativo receta un medicamento en lugar de esperar
aunque no sea capaz de realizar un diagnóstico claro. O el póker, cuando
un jugador novato pierde rápidamente todo su dinero al no saber en qué manos ha
de pasar.
Nadie nos aplaudirá por no hacer nada
La mayor parte de psicólogos han explicado este sesgo
a partir de razones evolutivas. Nuestros antepasados tenían que ofrecer respuestas
muy rápidas a las diversas amenazas que la naturaleza les presentaba en el
día a día, por lo que se acostumbraron a hacer algo, huir o luchar, en el menor
tiempo posible. Sin embargo, la sociedad contemporánea no se parece en nada a
aquella que conocieron nuestros predecesores, por lo que muchos de los
problemas que se nos plantean se resolverían con más acierto en caso de que nos
parásemos a pensar.
A pesar de ello, la sociedad sigue favoreciendo la
acción y valorando a los hombres enérgicos capaces de tomar decisiones
arriesgadas y rápidas, por descabelladas que sean. “Al menos lo ha
intentado”, suele decirse de aquellos que conducen a una empresa al descalabro
simplemente por su imposibilidad de dejar el tiempo parar. Una buena razón para
que no juzguemos con dureza al portero de nuestro equipo la próxima vez que
vuelva a tirarse al lado equivocado aunque el disparo del delantero vaya
dirigido al centro de la portería.