Ni la sangre, ni el sudor ni las lágrimas, que diría Winston
Churchill. Ni siquiera una gran inteligencia, una billetera voluminosa o un
carisma sobrenatural pueden explicar por sí mismos por qué una persona llega
lejos en su carrera y por qué otras fracasan a pesar de contar, en
apariencia, con las condiciones necesarias. Hay tantos factores que explican el
éxito personal que, en muchos casos, resulta trabajo baldío intentar
seleccionar uno de ellos por encima de los demás. Sin embargo, seguimos
haciéndolo, seguramente porque nos gusta simplificar un mundo que cada vez parece
más complejo a nuestros ojos.
No obstante, en ocasiones este tipo de fórmulas pueden
ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea y, aunque quizá no sean la
panacea, sí contribuye a enfrentarnos con el día a día con otra filosofía.
Por eso resulta particularmente interesante la breve pero sustanciosa charla
que Angela Lee Duckworth impartió en Ted el pasado mes de abril, en la
que señalaba cuál es, tras diversas investigaciones, la cualidad que poseen
todas las personas que triunfan: las agallas, o en inglés, grit,
como en la película de los hermanos Coen Valor de ley (True
Grit, 2011).
Los estudiantes que llegan más lejos no son los más
inteligentes, sino los más perseverantes. Como contó en la charla, Duckworth
dejó a los 27 años su bien pagado trabajo en el mundo de la consultoría por un
empleo “aún más exigente”, en sus propias palabras: ser profesora.
Concretamente, matemáticas de séptimo curso en una escuela pública de Nueva
York, con alumnos de entre doce y trece años. Un auditorio complicado del
que aprendió mucho más de lo que podría haber sospechado en un primer momento.
La relativa importancia de la inteligencia
Poco después de comenzar su andadura como profesora, y
tras analizar por primera vez las calificaciones académicas obtenidas de
exámenes y trabajos, Duckworth reparó en que el coeficiente intelectual de
los estudiantes tan sólo marcaba una pequeña diferencia. Es más, muchos de los
mejores alumnos no tenían una inteligencia explosiva. Trabajando duro, todos
los alumnos podían alcanzar los objetivos, por muy complicados que estos
fuesen. ¿Qué era, entonces, lo que estaba ocurriendo?
La vida y la escuela dependen de mucho más que de la
habilidad para aprender rápida y fácilmente Duckworth daría con la clave unos
cuantos años después, cuando finalmente llegó a la conclusión de que era
necesaria “una mejor comprensión de los estudiantes y del proceso de
aprendizaje desde una perspectiva motivacional y psicológica”. La
profesora recuerda que, por mucho que el discurso educativo haya hecho hincapié
en la inteligencia emocional durante las últimas décadas, el coeficiente
intelectual sigue siendo la variable más utilizada para juzgar a los alumnos,
cuando otro tipo de cualidades incuantificables como la determinación o las
consabidas agallas son igual o incluso más relevantes.
“La vida y la escuela dependen de mucho más que de la
habilidad para aprender rápida y fácilmente”, explicó la docente de origen
asiático durante su paso por Ted. Una afirmación que le hizo acudir a la
Universidad a estudiar psicología y, posteriormente, a analizar grupos de
estudiantes, de militares de la escuela de West Point y del concurso de
Gramática nacional para conocer el perfil de aquellos que continuaron con su
trabajo hasta las últimas consecuencias y salieron victoriosos en el intento.
Dicha encuesta tuvo en cuenta un gran número de variables, que iban desde el
nivel socioeconómico de la familia hasta la seguridad que sentían los niños
cuando iban a la escuela. Los resultados fueron claros: la
determinación es lo más importante, especialmente en aquellos casos en los
que los niños tenían peligro de abandonar la escuela por sus circunstancias
personales o por el entorno del que provenían.
Como recuerda Duckworth citando a Carol Dwerck,
profesora de psicología de la Universidad de Stanford, “la habilidad para
aprender no es siempre la misma, sino que se puede cambiar a través del
esfuerzo”. Obvio pero acertado: el esfuerzo contribuye a la neuroplasticidad
del cerebro, y aquellos más perseverantes lo eran aún más después de incurrir
en un fallo, como explica la profesora, puesto que “no creen que ese fallo
sea una condición permanente”.
Fuerza, voluntad y éxito
La profesora ha creado un grupo de investigación en la
Universidad de Pensilvania destinado a analizar de manera cuantitativa la
determinación, con el objetivo de comprender de qué manera esta puede
determinar el éxito profesional y personal. “Tenemos que tomar nuestros
datos y justificar nuestras ideas a través de ellos y comprobar que realmente
funcionan”, explicó Duckworth para concluir la charla. “Tenemos que estar
dispuestos a fracasar, a equivocarnos, a volver a comenzar de nuevo, pero esta
vez, con la lección aprendida”.
Todo aprendizaje moviliza la racionalidad y las
emociones del estudiante. Parece ser que las agallas están de moda, puesto que
también dan su nombre al último trabajo del colaborador de El Confidencial
Mario Alonso Puig y Premio Espasa de Ensayo, El cociente agallas. Como aseguraba el antiguo
neurocirujano en una reciente columna, este nuevo coeficiente es “la fuerza
que desarrolla el carácter de una persona, la que nos permite que sigamos
adelante contra viento y marea”.
Puig recuerda que, hasta la irrupción de Daniel
Goleman y su reivindicación de la inteligencia emocional, lo racional
siempre había prevalecido por encima de las emociones. Sin embargo, las últimas
investigaciones han puesto de manifiesto que el aprendizaje utiliza casi por
igual ambos aspectos de la experiencia humana, que se complementan entre sí y
no pueden entenderse de manera separada. Una persona inteligente pero
desmotivada llegará mucho menos lejos que aquel que quizá no pueda presumir
por su brillantez, pero sí persevere en su cometido y no se rinda cuando las
primeras dificultades aparezcan. Y como bien sabe todo ciudadano del siglo XXI,
las dificultades aparecerán, y en abundancia.
El confidencial.
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