Mucho se habla de todos los cambios que han
introducido las nuevas tecnologías a la hora de comunicarnos y, sin embargo,
solemos olvidar un factor que sin duda viene de la mano de todos los
cacharritos móviles, con internet e inalámbricos que poseemos. Se trata de la
patología del último minuto: si no la padeces tú, seguro que alguno de tus
amigos lo hace. ¿Cuáles son los principales síntomas?:
–Enviar a menudo mensajes de texto en el último
minuto para cancelar los planes, normalmente cuando la otra persona ya se
encuentra en el lugar acordado.
–Anular con frecuencia planes con amigos
simplemente porque no te apetece ir o porque ha surgido alguna otra cosa que te
apetece más.
–Enviar mensajes con demasiada frecuencia diciendo que
llegas tarde.
–Olvidarse de las reuniones o las citas porque
no lo habías guardado en el móvil.
–Dejar constantemente los planes en el aire para confirmarlos
en el último minuto, y siempre a través de un mensaje de texto.
Efectivamente, parece que es muy difícil hoy en día
estar esperando a que llegue la persona citada y no estar pendiente del móvil:
si no es una cancelación, lo más probable será recibir un "llego en diez
minutos" o un "mejor quedamos en no sé dónde", pero es
raro que la gente se atenga a lo previamente acordado.
La mala educación
La posibilidad de avisar con poco tiempo a través del
teléfono móvil es, sin duda, positiva si es usa bien. Evidentemente, puede
ocurrirnos algo que haga totalmente imposible que lleguemos a la cita y, en tal
caso, tener la posibilidad de avisar al otro siempre es tranquilizador para
ambas partes. Sin embargo, el constante abuso del móvil nos está convirtiendo
en unos maleducados: parece que, si avisamos, nuestra corrección no se pone
en entredicho. Sin embargo, cuando uno queda con alguien, fijando un lugar
y una hora, lo pertinente es aparecer: aunque en el momento de la cita no
apetezca, o haya surgido un plan mejor, o haga frío, o se tenga sueño. Es el
mínimo de modales requerido para las relaciones sociales: aparecer.
No obstante, parece que los modales se han perdido y
que cancelar cinco minutos antes de la hora acordada porque no nos apetece ir
es perfectamente legítimo siempre que se avise. Y, claro, normalmente avisamos
mediante un mensaje de texto, que no permite la réplica directa del
interlocutor y nos ahorra numerosas explicaciones.
La falta de respeto
Este fenómeno resulta curioso porque, si bien es
cierto que el móvil permite avisar al otro y nos deja con la conciencia
tranquila, también es verdad que no es más difícil que antes llegar a los
sitios. De hecho, probablemente sea más fácil y nos cueste menos, y nadie
nos impide quedar en un sitio que nos venga bien.
Parece que simplemente nos mueve una absoluta falta
de respeto por el tiempo de los demás, que consideramos menos valioso que
el nuestro. Esto siempre ha sido así, la diferencia es que ahora podemos avisar
a la gente de que están perdiendo su tiempo y, en consecuencia, la actitud se
ha vuelto más o menos aceptada.
La tecnología, que prefiere lo fácil a lo correcto,
nos está incitando a hacer lo propio, y nos comportamos a menudo de la manera
que no es más cómoda sin tener en cuenta las necesidades de los demás. La
posibilidad de avisar, cancelar o modificar los planes con apenas diez minutos
de antelación ha hecho que nos parezca que cancelarlos o modificarlos es
correcto, pero sigue siendo una falta de respeto para la persona que ha dejado
lo que estaba haciendo y se ha preparado para estar a la hora fijada en
el sitio convenido.
La superficialidad
Pero no todos son malos modales. Por si fuera poco, la
tecnología está haciendo que nuestras relaciones sociales sean cada vez más
superficiales. Así, no sólo nos contentamos con no aparecer a las citas, sino
que avisamos con un mensaje de texto que no espera respuesta, plagado de caritas
sonrientes, de emoticonos simpáticos que apuntan a una próxima quedada o
de caritas tristes que buscan la empatía del amigo. Pero cuando uno ha
organizado su día para quedar a una hora y en un lugar, una carita sonriente no
parece arreglar demasiado. Da la sensación de que nuestro tiempo no es válido y
nuestra compañía tampoco. Y, además, parecemos adolescentes que se mandan
notitas en mitad de clase.
Vivimos en un constante "ya veremos"
que creemos que nos beneficia y que nos impide salir de nuestra zona de
confort. No obstante, hay cosas que deben planearse. Al fin y al cabo, los
horarios no son sino la manera mundial de ponerse de acuerdo, y no respetarlos
es signo de una profunda carencia social y de un gran egoísmo.
Si algo bueno tiene todo esto es que nos hemos
acostumbrado a ir con un libro en el bolso por si toca esperar al amigo de
turno más de lo previsto. Ah, bueno, no. Claro. Que ahora nosotros tenemos
Facebook en el móvil: hacemos una foto de nuestras nuevas botas sobre el
pavimento, le ponemos un filtro, la subimos a una red social y escribimos
"Aquí, esperando a Cris XD". Y así matamos –aniquilamos– el
tiempo.
El confidencial
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