Hay veces a
lo largo de nuestra vida en las que nos sentimos profundamente heridos. A veces
el origen de ello ha sido un comentario o un gesto por parte de alguien
cercano. Otras veces ha sido una conducta, una actuación que no esperábamos en
absoluto. Cuando sentimos que no se nos valora, que se nos menosprecia o que
no se cuenta con nosotros, algo se fractura en nuestro interior. Es una
herida que se ha producido en el propio núcleo emocional que a todos nos
constituye. Es de esta fractura, de esta herida, de donde surge muchas veces
nuestro deseo de revancha, nuestro resentimiento y ansia de venganza. Una
pregunta pertinente podría ser:¿cómo podemos evitar que se produzca este
problema, esta fractura que tanto daño nos hace y que tanto daño acaba haciendo
a otros? No cabe duda de que existen algunas técnicas y algunas estrategias
para evitar que la herida duela tanto. Hay también algunos abordajes altamente
eficaces para que la herida poco a poco se vaya cerrando y finalmente
cicatrice. Sin embargo, creo que hay algo muy superior y que todos podríamos
explorar. Lo mejor para solucionar un problema es evitar que exista dicho
problema, porque entonces ya no es necesario encontrar ninguna solución.
Debemos
desarrollar el guerrero pacífico que hay en nuestro interior, el que ante un
ataque sabe perdonar, el que ante una humillación sabe respetar, el que ante un
rechazo sabe acogerYo practiqué artes marciales durante muchos años aunque sólo
me enamoré de una, del aikido. Basado en la extraordinaria filosofía del maestro
japonés Morihei Ueshiba, el aikido nunca busca contraatacar, sino que lo
que persigue es reeducar. Cuando en karate alguien lanza un ataque a su
oponente, éste bloquea primero el golpe y después contraataca con el puño, el
codo, la rodilla o la pierna. Esto no es lo que ocurre en un arte marcial como
el aikido en el que cuando el atacante lanza su ataque, se encuentra con el
vacío, con la nada. El aikidoka sencillamente se ha movido a un lado, se ha
desplazado.
A nosotros
nos hieren las palabras, los gestos y los actos de infravaloración o de
exclusión porque golpean nuestro ego, nuestro narcisismo. El ego herido
busca siempre el contraataque, la venganza. El resentimiento es también una
forma de contraataque y de venganza aunque tenga lugar en la intimidad de cada
uno.
Dejando el
ego de lado
Lo que
propongo aquí, siendo consciente de la dificultad que entraña, es que saquemos
nuestro ego del camino. Si no hay ego recibiendo el ataque, tampoco puede
haber herida. Para nada hablo de indiferencia ante los ataques de los
demás, sino de algo muy distinto. La pregunta entonces es: si saco mi ego, ¿qué
queda de mí? La respuesta es que de ti no queda ya nada y eso es lo bueno. El
ego es el resultado de una creencia en la separación. Es una creencia tan
honda que nos lleva inmediatamente a compararnos con los demás y a intentar
sobresalir. Cuando estamos atrapados por el ego, somos prisioneros de una
profunda sensación de soledad, de impotencia y de miedo. La violencia que se
observa en muchos lugares del mundo es una clara expresión de dicho miedo.
Sigamos
ahora con nuestra reflexión sobre el aikido. Cuando el aikidoka se desplaza,
no lo hace a cualquier sitio, sino que se coloca a un lado del oponente. Es
entonces cuando le lleva con su técnica al suelo.
Todos
atacamos a los demás desde nuestro ego y nuestra necesidad de dominio,
significancia y pertenencia. Por eso el aikido es una metáfora tan valiosa. Un
ego que no se encuentra con la reacción de otro ego queda completamente
descolocado y finalmente, sin saber cómo, acaba derribado.
Propongo que
desarrollemos poco a poco a ese guerrero pacífico que hay en nuestro interior,
el que ante un ataque sabe perdonar, el que ante una humillación sabe respetar,
el que ante un rechazo sabe acoger. Soy consciente de que tal vez mis palabras
puedan generar rechazo o incluso sonar como algo imposible de alcanzar. Al
final, el miedo sólo desaparece frente al amor, no un amor sentimental
sino un amor resultante de comprender hasta qué punto todos necesitamos
conectar con nuestra verdadera esencia y recuperar por fin nuestra libertad. No
existe libertad si entre lo que me ocurre y lo que yo hago solo hay una
reacción. Es cierto que cuando Narciso se vio reflejado en el agua se ahogó.
Narciso ciertamente dejo de existir, pero en su lugar apareció una flor.
ELCONFIDENCIAL
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