martes, 29 de octubre de 2013

La única razón por la que somos altruistas




La ayuda desinteresada hacia los demás puede manifestarse de múltiples formas, desde un simple gesto de caridad hasta arriesgar la propia vida para salvar otra. Desde el punto de vista de las teorías evolucionistas y neodarwinistas, el altruismo no tiene ninguna razón de ser, a no ser que detrás de estas acciones se esconda algún tipo de interés o que beneficie a personas de nuestro entorno o familia. En este último caso socorreríamos a personas con las que mantenemos lazos de consanguinidad para ayudar a sobrevivir a nuestros mismos genes. Sin embargo, existen numerosos ejemplos de héroes anónimos que nos han demostrado que no siempre es así.
¿Existe, entonces, el altruismo puro, entendido como una bondad absoluta que no responda a ningún tipo de interés, consciente o inconsciente? Para el psicólogo británico de la universidad de Leeds, Steve Taylor, autor de Back To Sanity: Healing the Madness of Our Minds, la respuesta es afirmativa y la razón es nuestra capacidad de empatía. “No cabe duda de que muchos actos altruistas están motivados por la búsqueda del interés propio, ya sea para sentirnos bien con nosotros mismos o para que nos devuelvan el favor en el futuro”, reconoce Taylor. Sin embargo, añade, es posible que tengamos impulsos bondadosos cuyo única razón es la de aliviar el sufrimiento ajeno.
La búsqueda de la trascendencia
Sin tener por qué responder a un hábito aprendido ni a la educación recibida de pequeños, el altruismo sienta sus bases en la empatía. “No se trata sólo de la capacidad cognitiva que nos permite ver el mundo a través de los ojos de los demás, sino que es algo más profundo que permite establecer una conexión casi trascendental entre todos los seres humanos”, apunta el psicólogo británico.
La compasión es una virtud que forma parte de nuestra naturaleza humanaUna expresión directamente relacionada con la conciencia humana, que para filósofos como David Chalmers permea la realidad hasta el punto de ser una de las fuerzas fundamentales de nuestro universo cotidiano. La función principal del cerebro, explica, es la de canalizar la empatía. De este modo, somos capaces de sentirnos identificados con el sufrimiento de otras personas y responder a este con actos altruistas.
La empatía nos llevaría a sentir en nuestras propias carnes parte del sufrimiento ajeno porque, en cierto modo, “todos estamos interconectados”, asegura Taylor. “Sentimos la necesidad de aliviar el dolor de los demás, protegerlos y promover nuestro bienestar como si fuésemos nosotros mismos”. Tomando una cita del filósofo alemán Schopenhauer: mi verdadero yo existe en todo ser viviente. Y esta es la base de la compasión, una virtud que forma parte de nuestra naturaleza humana.
Ayudar al prójimo por egoísmo
Menos trascendentales y más conscientes del egoísmo que en ocasiones mueve a nuestra sociedad son otras explicaciones desde el campo de la psicología, que han tratado de explicar el fenómeno del altruismo como una práctica que nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Aunque no seamos realmente conscientes de este beneficio, también puede deberse a que albergamos la esperanza de que algún día nos vayan a devolver el favor realizado, como si el altruismo fuese obligatoriamente recíproco.
Para los psicólogos evolutivos, incluso puede tratarse de una forma eficaz de demostrar a los demás lo buenos que somos, el dinero que tenemos y lo fuertes que estamos, que según la teoría de la evolución serviría para mostrarnos más atractivos al sexo opuesto y aumentar las posibilidades de reproducirnos.
Los defensores de las teorías evolucionistas también han tratado de explicar el altruismo, cuando se produce con personas desconocidas, con una especie de error evolutivo, algo así como una confusión del instinto derivada de nuestro pasado como seres que vivían en pequeñas tribus, y con las que compartíamos una herencia genética. En las comunidades prehistóricas, en las que los lazos de consanguinidad se extendían a casi todos los miembros que conformaban el grupo, la seguridad propia dependía de la del grupo en su conjunto.


Para qué sirve el cotilleo y por qué las mujeres se critican tanto mutuamente



Las zancadillas que las mujeres se ponen en la adolescencia se trasladan a la edad adulta en el ámbito de trabajo. (Corbis)
Parece ser que aquello que no puede ser expresado en forma de opinión, por su alta incorrección política, sí puede defenderse si una investigación científica lo avala. Es lo que ocurre con el último de los estudios destinados a desentrañar los rincones más oscuros del comportamiento femenino, realizado por la Universidad de Ottawa en Canadá y publicado en la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B, que promete sembrar la polémica en los cenáculos de la filosofía social (o, al menos, en las redes sociales).
Según dicha investigación, dirigida por Tracy Vaillancourt, las mujeres tienden a criticarse mutuamente con tanta frecuencia por razones evolutivas. El estereotipo parece ser cierto: a ellas les gusta apuñalarse, criticarse, ponerse la zancadilla y malmeter para vencer en la competición evolutiva, sugiere el artículo. Este comportamiento tiene un único objetivo: conquistar al macho alfa y quitarse a las competidoras de en medio.
Una competición salvaje
El estudio indica que si bien tanto hombres como mujeres suelen utilizar la agresión indirecta a la hora de asegurarse la mejor posición en su carrera por conquistar a la pareja ideal, las mujeres son particularmente traicioneras a la hora de tratar con sus adversarias, con el objetivo de desmoralizarlas.
En este tipo de agresión, la persona que ataca no sufre ningún daño“A diferencia de los hombres, las mujeres suelen suprimir la sexualidad de otras mujeres y lo hacen realizando sanciones informales como el ostracismo o el cotilleo despectivo”, explica el estudio, que asegura que las actitudes presentadas en películas como Chicas malas (Mean Girls, Mark S. Waters, 2004) no están tan lejos de la realidad.
“Las mujeres compiten, y pueden llegar a hacerlo de forma muy salvaje con otras”, explica en el artículo su autora. “La forma en que suelen llevarlo a cabo es por lo general la agresión indirecta, porque tiene un coste bajo: la persona que ataca no sufre ningún daño”, añadía, poniendo de manifiesto la importancia que tiene la inversión en la búsqueda de pareja, algo que ha puesto de manifiesto en repetidas ocasiones la teoría evolutiva.
Un ataque indetectable
“A menudo, la motivación de la persona no se detecta, pero aun así hace daño a la persona a la que agrede”, añadía Vaillancourt. En la mayor parte de casos, las mujeres objetivo del ataque suelen ser las más atractivas o de un estatus social más alto, es decir, aquellas que pueden suponer una mayor competición en la conquista del hombre.
La agresión indirecta suele llevarse a cabo por adolescentes y jóvenesComo ya habían puesto de manifiesto diversos estudios, las mujeres suelen identificar a sus compañeras más atractivas como potenciales competidoras, mientras que los hombres reparan en otras características, como la fuerza física o la capacidad de liderazgo. También atentan contra las mujeres más promiscuas porque, siguiendo la lógica del mercado (una tendencia cada vez más frecuente en el estudio sobre las relaciones de pareja), “son las que hacen bajar el precio del producto”. 
Según el grupo de investigadores, este tipo de agresiones son más frecuentes durante la adolescencia y primera madurez de las mujeres, lo que confirma su función como herramienta competitiva. “El hecho de que la agresión indirecta sea utilizada sobre todo por adolescentes y jóvenes que dirigen su agresión a sus compañeras del mismo sexo, nos ayuda a reforzar la hipótesis de que la agresión indirecta se usa en el contexto de competición por la pareja”.
Cuando son adultos, los hombres también lo hacenEl estudio señala que el hecho de ocultar las intenciones puede ser un mecanismo para salvaguardar la integridad física, algo esencial desde el punto de vista evolutivo, puesto que la hembra debe criar a su retoño. Algo que se contrapone a la competitividad del macho, generalmente marcada por la agresividad directa y, en muchos casos, física, especialmente durante la pubertad.
Sin embargo, cuando el hombre alcanza la mayoría de edad, comienza a utilizar las mismas estrategias que las mujeres en su conquista de las mismas. “Cuando llegan a la edad adulta, los hombres también lo hacen, especialmente en el lugar de trabajo”, ha señalado la investigadora Anne Campbell, de la Universidad de Durham, a LiveScience.
Crimen y castigo
Según señala el estudio, las mujeres suelen castigar las transgresiones sexuales percibidas. En el estudio, los investigadores averiguaron que la mayor parte de ellas solían dirigir su agresión a las parejas más atractivas, mientras que ignoraban a aquellas que iban vestidas de forma más conservadora.
El estudio muestra su preocupación por el hecho de que esta circunstancia pueda entorpecer la emancipación de la mujer dentro de la sociedad, y sirva para reforzar los viejos clichés. Entre otras cosas porque, según la investigadora principal, “los beneficios de utilizar la agresión indirecta parecen claros: menos competición y un mejor acceso a los machos deseados”.


Los ocho elementos que definen el valor de todo objetivo vital




Muchos de nosotros vamos a tener que afrontar retos en la vida cuya envergadura todavía desconocemos y por eso hemos de sentirnos confiados para afrontar lo nuevo. Quien confía en sí mismo nunca es pequeño ante el reto. La voluntad y el deseo de superación pueden ser más poderosos que la propia genética. Por eso cada día hemos de entrenarnos para hacer las cosas pequeñas de una manera grande. Si nuestro trabajo es colocar piedras, de qué manera tan distinta se colocan si nos vemos construyendo un simple muro o si nos vemos construyendo una catedral. La ilusión en los momentos críticos es la que decide.
Cree en tus posibilidades
Toda meta nos pone a prueba y nos hace ver si estamos a la altura requerida. Cuando nos encontramos ante la dificultad y sentimos la tendencia a abandonar, hemos de mantenernos firmes, ya que es la única manera de hacer que nuestra mente busque en una solución en lugar de encontrar una salida fácil. Esa solución emerge al ponerse en movimiento algunos de nuestros talentos más ocultos e insospechados. El éxito se construye paso a paso y no de la noche a la mañana, por más que algunas “mentes preclaras” intenten convencernos de ello.
Se trata de ser todo lo que uno es capaz de ser, sabiendo que nuestro destino está en nuestra menteSi queremos alcanzar metas transformadoras, vamos a tener que asumir muchas incomodidades e inseguridades. Hay que desarrollar ese coraje necesario para aguantar el dolor cuando nos enfrentamos a la vulnerabilidad de nuestra imperfección y a la incertidumbre de lo desconocido. Que al final de nuestras vidas no digamos: “¡Si tan solo hubiera creído más en mis posibilidades!”.
En esta vida ninguno de nosotros tenemos que ser perfectos, de hecho la perfección, como solemos entenderla, es el estándar más bajo del mundo porque sencillamente es inalcanzable. Lo importante no es que seamos perfectos, sino que intentemos superarnos día a día poniendo todo lo que somos en todo lo que hacemos. Se trata de ser todo lo que uno es capaz de ser, sabiendo que nuestro destino está en nuestra mente y en nuestra alma. Es así como poco a poco vamos reduciendo la distancia entre lo que nos proponemos y lo que logramos. Hay que estar atento y preparado para aprovechar cualquier oportunidad que nos acerque a aquellas metas que fortalecen dimensiones enteras de nuestras vidas.
Recordemos que toda meta está definida por ocho elementos:
1-Específica
2-Escrita
3-Medible
4-Delimitada en el tiempo
5-Desafiante
6-Inspiradora
7-Visualizable
8- Congruente con los propios valores
Me niego a poner en la lista la palabra realista, porque con frecuencia confundimos lo imposible con lo improbable. Todos sabemos de demasiadas personas que han logrado lo aparentemente imposible como para considerar que lo que nos parece razonable también es lo realista. Lo realista no lo determina nuestra razón, sino la realidad. Que las cosas no nos salgan bien de entrada no quiere decir que no puedan acabar saliendo mejor de lo que nos imaginamos. En nuestro transitar, sin duda va a haber momentos en los que tengamos la sensación de que la meta que nos hemos planteado es inalcanzable y es en esos momentos en los que tenemos que hacernos una pregunta: ¿Qué es lo que puedo seguir haciendo con lo que ahora tengo?
Estar a la altura
Tal vez al final no logremos alcanzar nuestra soñada meta, pero sí tendremos muy claro que al menos hemos agotado todas las posibilidades que hemos sido capaces de vislumbrar. El éxito no sólo consiste en llegar al final del camino, sino también en recorrerlo con ilusión, determinación, persistencia y paciencia. Por eso, no bajemos nuestras metas a la altura de nuestras aparentes capacidades, sino dejemos que sean nuestras capacidades las que poco a poco se vayan estirando a la altura de nuestras metas.


Mario Alonso Puig

martes, 22 de octubre de 2013

Por qué mentimos constantemente (y cómo conseguir que no nos pillen)



Somos unos mentirosos redomados, afirma Robert Trivers (Washington, 1943) profesor de psicología en la Universidad de Harvard y de antropología y ciencias biológicas en la Universidad de Rutgers, pero eso no significa que seamos conscientes de nuestras fabulaciones. De hecho, la mayoría de ellas no son conscientemente intencionadas, sino que forman parte de un peculiar mecanismo evolutivo que nos ha permitido obtener ventajas sustanciales.
Según explica Trivers a El Confidencial, “el ser humano miente por muchas razones, ya que nos reporta múltiples beneficios”. Pero no decir la verdad también tiene riesgos, ya que pueden pillarte. Al mentir, explica el biólogo, emitimos toda una serie de señales que pueden delatarnos, automáticamente elevamos el tono de voz y nuestro cuerpo se tensa. Pero si mentimos inconscientemente esto no ocurre, “tu voz será igual, porque tu cuerpo no se está tensando, ya que crees que no estás mintiendo”, asegura Trivers. Y nadie podrá pillarte. El autoengaño es, en definitiva, un ingenio evolutivo que utilizamos para evitar que nos atrapen.
Cuando conocía a una mujer, sentía que estaba enamorado de ella hasta que tenía relaciones dos o tres veces
Y la utilizamos con mucha frecuencia en nuestro entorno cotidiano. Las relaciones entre padres e hijos o entre hermanos son un buen ejemplo, como lo es el terreno afectivo sexual. Cuenta Trivers en su libro que la “emoción falsa” es uno de los mecanismos más habituales, al que tampoco ha sido inmune. “Cuando conocía a una mujer, hacía gala de todos mis recursos para conquistarla, y sentía que estaba enamorado de ella hasta que tenía relaciones dos o tres veces, momento en que toda la atracción desparecía”, explica el biólogo. Una táctica de conquista que difícilmente funcionaría igual sin el autoengaño. 
Reescribiendo el pasado
El campo en el que más evidente se hace este mecanismo evolutivo es en la historia. La construcción del pasado es una de las operaciones políticas más recurrentes y extendidas, ya que las masas suelen escuchar con agrado una versión favorecedora de sus antepasados. Eso hace, señala Trivers, que cuando hablamos de genocidio nos fijemos en Hitler y la Segunda Guerra Mundial, “pero que ignoremos que en Armenia 750.000 personas perdieron la vida en apenas 3 meses o que en Camboya también murieron un millón y medio de personas en uno o dos años”.
Estados Unidos, asegura Trivers, está construido gracias a un genocidio: “Matamos a todos los indios, y los pocos que quedaron los pusimos en unas reservas donde tienen un 80% de paro y unos grandes porcentajes de alcoholismo, en parte porque han heredado unos genes especialmente sensibles al alcohol, pero en parte porque no tienen nada mejor que hacer. Y esos son los supervivientes, al resto nos los cargamos”. En EEUU se practica mucho el autoengaño sobre la propia historia, asegura el profesor de Harvard, “y el hecho de que sea un país tan poderoso puede que esté haciendo este proceso aún más fuerte”.
Las ciencias sociales se han negado a basarse en lo que deberían basarse, que es la biología
El ejemplo que con más insistencia cita Trivers es Israel. En su opinión, “criticar a Israel en los EEUU te hace protagonizar todo tipo de titulares sin sentido”. Dado que “es preferible contar mentiras sobre quién es quién y quién hizo qué a tener una imagen de nosotros que no nos gusta” mucha gente no tolera la crítica aun cuando sea razonada. El mecanismo de autoengaño es tan poderoso que barre el resto de argumentaciones. “Por ejemplo”, explica el biólogo, “si miras los ratings de mi libro en Amazon en Reino Unido verás que son muy altos, no hay ninguna crítica que califique el libro como ‘pobre’, muchas lo califican de ‘excelente’, y la media es ‘muy bueno’. En EEUU hay más ‘muy malo’ que ‘excelente’. La media es de 2,4/5, y sólo es por Israel. Si miras los votos negativos hablan muy poco y rápido del resto del libro, sólo se detienen en el capítulo de Israel, para decir que la visión del país en el libro es horrible”.
Uno de los campos donde falsedad y realidad se citan con más frecuencia es en la religión, y por eso resulta especialmente complicada de explicar. Según Trivers, que la define como una mezcla entre el autoengaño y la profunda verdad, el sentimiento religioso es un mundo en sí mismo y debe ser tratado con cuidado. Por ejemplo, “el cristianismo generalmente se posiciona contra la mentira”, explica el biólogo, “y tiene sentencias en particular contra el autoengaño como No mires la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el tuyo propio”. Por otra parte, promueve ideas que son puro autoengaño, como pensar que nuestra religión es la buena, y las del resto son el mismo demonio, o que si te casas tiene que ser con gente de tu grupo.
También en su terreno, el de los científicos, el autoengaño está muy extendido, aunque Trivers prioriza el que tiene lugar en las ciencias sociales, “que tienen una gran historia de evidencias no científicas”. En opinión del biólogo, las ciencias sociales “han tratado de imitar la apariencia de la ciencia porque esta tiene reputación, pero son sólo una imitación”.
Todo el mundo mira alrededor para echar la culpa a cualquier otroPara Trivers, la ciencia verdadera se basa en conocimientos preexistentes, lo que posibilita que se produzcan conexiones firmes: “La química nos permite entender las moléculas en nuestro cuerpo, que a su vez nos permite entender cómo funciona nuestro cuerpo, y la física nos da una imagen exacta de lo que es una molécula”. Pero la mayoría de las ciencias sociales, asegura el profesor de Harvard, se han negado a basarse en lo que deberían basarse, que es la biología. Estamos hablando de seres vivos, de la base psicológica y social de los humanos, ¿por qué no se puede basar el conocimiento en lo que sabemos de psicología y biología? ¿Por qué no podemos asociarlo a la biología, lo que nos permitiría casar lo que sabemos sobre los humanos con lo que sabemos sobre otras especies, con las que hay múltiples paralelismos?”, concluye Trivers.
El mejor ejemplo de estos mecanismos equivocados es la economía, que se niega a utilizar los postulados teóricos que podrían otorgarla validez y en su lugar prefiere emplear grandes dosis de fabulación. “Todo el mundo mira alrededor para echar la culpa a cualquier otro, pero los banqueros presionaron a los políticos para distorsionar el sistema a su favor. En los noventa se tomaron políticas concretas que habrían protegido a los mercados en 2008 pero que se derogaron debido a la presión por los banqueros. Es difícil que pretendan convencernos de que no sabían nada. Pero, aún así, hay mucho autoengaño”, asegura Trivers. 
Como lo hay en todas partes, ya que hablamos de un mecanismo que no es exclusivo de un grupo de seres humanos y ni siquiera del ser humano mismo. “La mentira está en todo el universo natural”, y por ello Trivers cuestiona el Proverbio bíblico (14 - 8) que da título a su libro en España, “La sabiduría del prudente es entender su camino, pero al necio lo engaña su propia necedad”. Puede que debiera ser así, pero la realidad nos señala otra cosa…
Elconfidencial