La ayuda desinteresada hacia los demás puede
manifestarse de múltiples formas, desde un simple gesto de caridad hasta
arriesgar la propia vida para salvar otra. Desde el punto de vista de las
teorías evolucionistas y neodarwinistas, el altruismo no tiene ninguna razón de
ser, a no ser que detrás de estas acciones se esconda algún tipo de interés
o que beneficie a personas de nuestro entorno o familia. En este último caso
socorreríamos a personas con las que mantenemos lazos de consanguinidad para
ayudar a sobrevivir a nuestros mismos genes. Sin embargo, existen numerosos
ejemplos de héroes anónimos que nos han demostrado que no siempre es así.
¿Existe, entonces, el altruismo puro, entendido como
una bondad absoluta que no responda a ningún tipo de interés, consciente o
inconsciente? Para el psicólogo británico de la universidad de Leeds, Steve
Taylor, autor de Back To Sanity: Healing the Madness of Our Minds, la respuesta es afirmativa y la
razón es nuestra capacidad de empatía. “No cabe duda de que muchos actos
altruistas están motivados por la búsqueda del interés propio, ya sea para
sentirnos bien con nosotros mismos o para que nos devuelvan el favor en el
futuro”, reconoce Taylor. Sin embargo, añade, es posible que tengamos impulsos
bondadosos cuyo única razón es la de aliviar el sufrimiento ajeno.
La búsqueda de la trascendencia
Sin tener por qué responder a un hábito aprendido ni a
la educación recibida de pequeños, el altruismo sienta sus bases en la empatía.
“No se trata sólo de la capacidad cognitiva que nos permite ver el mundo a
través de los ojos de los demás, sino que es algo más profundo que permite
establecer una conexión casi trascendental entre todos los seres humanos”,
apunta el psicólogo británico.
La compasión es una virtud que forma parte de nuestra
naturaleza humanaUna expresión directamente relacionada con la conciencia
humana, que para filósofos como David Chalmers permea la realidad hasta
el punto de ser una de las fuerzas fundamentales de nuestro universo cotidiano.
La función principal del cerebro, explica, es la de canalizar la empatía. De
este modo, somos capaces de sentirnos identificados con el sufrimiento de
otras personas y responder a este con actos altruistas.
La empatía nos llevaría a sentir en nuestras propias
carnes parte del sufrimiento ajeno porque, en cierto modo, “todos estamos
interconectados”, asegura Taylor. “Sentimos la necesidad de aliviar el
dolor de los demás, protegerlos y promover nuestro bienestar como si fuésemos
nosotros mismos”. Tomando una cita del filósofo alemán Schopenhauer: mi
verdadero yo existe en todo ser viviente. Y esta es la base de la compasión,
una virtud que forma parte de nuestra naturaleza humana.
Ayudar al prójimo por egoísmo
Menos trascendentales y más conscientes del egoísmo
que en ocasiones mueve a nuestra sociedad son otras explicaciones desde el
campo de la psicología, que han tratado de explicar el fenómeno del altruismo
como una práctica que nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Aunque no
seamos realmente conscientes de este beneficio, también puede deberse a que albergamos
la esperanza de que algún día nos vayan a devolver el favor realizado, como
si el altruismo fuese obligatoriamente recíproco.
Para los psicólogos evolutivos, incluso puede tratarse
de una forma eficaz de demostrar a los demás lo buenos que somos, el
dinero que tenemos y lo fuertes que estamos, que según la teoría de la
evolución serviría para mostrarnos más atractivos al sexo opuesto y aumentar
las posibilidades de reproducirnos.
Los defensores de las teorías evolucionistas también
han tratado de explicar el altruismo, cuando se produce con personas
desconocidas, con una especie de error evolutivo, algo así como una
confusión del instinto derivada de nuestro pasado como seres que vivían en
pequeñas tribus, y con las que compartíamos una herencia genética. En las
comunidades prehistóricas, en las que los lazos de consanguinidad se extendían
a casi todos los miembros que conformaban el grupo, la seguridad propia
dependía de la del grupo en su conjunto.