Cada nuevo informe PISA vuelve a poner de relieve la
capacidad de China para ocupar los primeros puestos. En su última oleada, el informe sugería que los
hijos de una asistenta china sabían más matemáticas que los descendientes
de los trabajadores mejor pagados de España. Aunque haya quien tenga sus
reservas sobre la validez de dicha
prueba, lo que está
claro es que la educación oriental goza de muy buena reputación en el momento
actual, algo asociado también al prestigio como trabajadores de la población
asiática.
Ningún país se ha abstraído de dicha tendencia, ni
siquiera Estados Unidos. Una reciente investigación acaba de poner de
manifiesto las razones por las que, por lo general, los estudiantes de origen
asiático obtienen mejores resultados que los nativos. En apariencia, es muy
sencillo: se suelen esforzar más. Una explicación que, no obstante, da
lugar a reflexiones culturales y sociales mucho más complejas.
Madres tigres, ¿hijos bien educados?
En 2011, la escritora china y profesora de Derecho en
Yale Amy Chua arrasó en las listas de libros de no ficción gracias a Madre
tigre, hijos leones (Temas de Hoy), en el que detallaba la educación que
impartía a sus hijos con el objetivo de que no les escapase el éxito de entre
las manos. “Los padres occidentales tiran la toalla enseguida”,
explicaba por aquel entonces. Chua proponía una disciplina casi espartana: nada
de jugar con los amigos, dormir fuera de casa o videojuegos. Las buenas notas
son lo único que importa.
Cuando alguien llega a un nuevo país, su motivación
suele ser más alta que entre aquellos que provienen de familias ya establecidas
en el paísEsta es la argumentación a la que muchos se han agarrado para
explicar el éxito de los estudiantes asiáticos: una cultura del esfuerzo en la
cual el sudor de la frente aún está bien visto, al contrario de lo que
ocurre con los acomodados hijos de los americanos. Pero esta creencia en la
continua mejora personal como camino más corto al éxito no es más que una de
las dos explicaciones aducidas en el artículo publicado en el último ejemplar
del Proceedings of the
National Academy of the Sciences of the USA.
Además, los inmigrantes suelen esforzarse más
que los autóctonos, afirman los investigadores, Yu Xie y Amy Hsin, que
recuerdan que no hay ninguna diferencia cognitiva entre los blancos y los
asioamericanos. Se trata de un proceso identificado con anterioridad: cuando
alguien llega a un nuevo país al que necesita adaptarse, aunque existe cierto
riesgo de fracaso, su motivación suele ser, por lo general, más alta que entre
aquellos que provienen de familias ya establecidas en el país.
Un proceso gradual
Para analizar la diferencia entre orientales y
americanos, los investigadores cruzaron los datos procedentes de dos grandes
encuestas sobre educación: el Estudio Longitudinal en la Infancia Temprana de
la Cohorte de Guardería, que toma datos de los niños que ingresaron en el
sistema educativo en 1998, y el Estudio Educacional Longitudinal, que tiene en
cuenta a aquellos jóvenes que cursaron el segundo año de la universidad en
2004.
Los asioamericanos suelen ver las credenciales
educativas no sólo como capital simbólico, sino también provistas de un gran
valor instrumental Pronto, los sociólogos se dieron cuenta de que el rendimiento
de los asioamericanos no era siempre mejor que el de los nativos. Cuando son
pequeños, apenas existen diferencias entre ambos grupos. Sin embargo, a
medida que el tiempo pasa y se alcanza la adolescencia, la divergencia comienza
a notarse. A los 15 años, la motivación entre unos y otros es muy diferente.
La gran diferencia se encuentra, para los
investigadores, en “las diferencias en el estatus de inmigración” y “las
diferencias en la orientación cultural”. Aunque con anterioridad se había
señalado que factores socioeconómicos como que los niños inmigrantes suelen
vivir en familias estables, donde los dos padres siguen casados, sugerían
una ventaja respecto a los hogares disgregados de los nativos, los
investigadores relativizan la importancia de dicho factor.
“Independientemente de su etnia, los inmigrantes se
dan una mayor importancia a sí mismos en términos de motivación para triunfar y
en cuanto a su optimismo por su éxito futuro”, se puede leer en el artículo.
“Teniendo en cuenta su posición marginal como recién llegados a Estados
Unidos con pocos recursos políticos y sociales, los asioamericanos
suelen ver las credenciales educativas no sólo como capital simbólico en cuanto
proveen prestigio social, sino también con un gran valor instrumental como el
camino más seguro para ascender en la escala social”.
Un paradigma cultural
Los investigadores son de la misma opinión que
aquellos que creen que la valoración del esfuerzo es inherente a la cultura
oriental. “Los resultados demuestran que los asiáticos americanos tienden a
creer menos en que la habilidad sea innata, y más en que se puede aprender a
ser bueno en matemáticas”, señala el estudio.
Los padres chinos tenemos una confianza total en
nuestros hijos y no paramos hasta que sacamos lo mejor de ellosAlgo que, aclara
la pareja de investigadores, no es propio únicamente del gigante asiático, sino
también de otros países como la India o Singapur. Es más, hay zonas del
continente donde la creencia en el esfuerzo personal es aún más acentuada que en
China. “Los padres del sur de Asia tienen las expectativas educativas más
altas, seguidos por los filipinos, los asiáticos del sureste y los
asiáticos del este”. Hsin y Xie señalan que tampoco hay que olvidar la
fortaleza de las comunidades de inmigrantes que se establecen en los países de
adopción, y que permiten que los más pequeños gocen de tutorías personalizadas,
colegios privados y otras ventajas.
No todo son aspectos positivos. Como se señaló con
motivo de la publicación de Madre tigre, hijos leones, la presión puede
perjudicar a confianza de los niños, tal y como se refleja en el documento
publicado por los sociólogos. Los niños asiáticos suelen pasar menos tiempo con
sus amigos y tener la autoestima más baja que los nativos. “Las
expectativas educativas extraordinariamente altas que la juventud asioamericana
se reserva para sí misma, así como las expectativas que los padres y la
sociedad tienen sobre ellos, hacen que aquellos que no las cumplen se sientan
fracasados”. ¿Un peligro, por lo tanto? ¿O, como señalaba Chua en su libro, una
muestra de que “los padres chinos tenemos una confianza total en nuestros hijos
y no paramos hasta que sacamos lo mejor de ellos”?
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