Hasta hace relativamente poco, la leche era la bebida con mejor fama
del mundo y formaba parte esencial de los desayunos de los niños de los
países occidentales. Al fin y al cabo, aporta calcio, vitamina D y proteínas,
lo que nunca está de más, ¿verdad? Eso fue hasta hace relativamente poco,
cuando empezó a convertirse en poco menos que el diablo para gran parte de la población, de
mano del aumento exponencial de casos de intolerancia a la lactosa.
Cada vez se encuentra más extendida la idea de que la
leche no está hecha para los adultos, partiendo de razonamientos un tanto
falaces como que el resto de animales no beben leche cuando son adultos:
durante los últimos años, el consumo de leche en España ha descendido
aproximadamente un 15%. Sin embargo, y a falta de que la comunidad científica
se termine de poner de acuerdo, lo más probable no es que el número de
intolerantes se haya disparado, sino más bien, que el número de diagnósticos ha
aumentado al popularizarse las pruebas de diagnóstico, al igual que ha ocurrido
con otros casos como el autismo.
En Sudamérica, África y especialmente Asia los porcentajes de intolerantes
a la lactosa se disparan
Lo cierto es que el origen geográfico influye en la
posibilidad de ser intolerantes a la lactosa. Por ejemplo, en Finlandia abundan
los casos de intolerancia congénita, que impide a los bebés digerir la leche
desde el momento del nacimiento. Entre las regiones con menos casos
diagnosticados se encuentran Australia, Estados Unidos o el norte de Europa
(Suecia o Dinamarca), mientras que en Sudamérica, África y especialmente Asia
los porcentajes se disparan; se trata, por lo general, de aquellos países en
los que no existe una tradición de pastoreo.
¿Qué ocurre con España? A partir de los datos europeos
–el sur de Europa tiene porcentajes más altos que el norte–, el doctor Federico
Argüelles, experto de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) calcula una prevalencia de entre el 20 y el 40%. Los datos no deben confundirnos:
en caso de pensar que podemos ser intolerantes a la lactosa, debemos acudir al
médico y jamás automedicarnos.
¿De verdad sirve la leche para algo?
Dejando a un lado la controversia sobre la
intolerancia a la lactosa, cada vez más estudios relativizan la importancia de
la leche y, sin negar sus virtudes, señala que quizá sea menos imprescindible
en nuestra dieta que lo que pensábamos. Uno de los detractores más relevantes
de los productos lácteos es la Escuela de Salud Pública de la Universidad de
Harvard, que en su guía de nutrición recuerda que si bien el calcio es importante en nuestra dieta, la leche no
es ni la única ni la mejor fuente posible.
La mejor manera para conseguir unos huesos fuertes es hacer ejercicio y
mantener un estilo de vida saludable, no beber leche sin parar
¿Qué alternativas propone? Por ejemplo, las acelgas,
la col, las nueces, la soja, las judías, el brócoli u otras verduras que
también proporcionan grandes cantidades de vitamina D y calcio. Aunque el
calcio en teoría ayuda a reforzar los huesos, cada vez más estudios ponen en
duda que sea buena en todos los casos. Es el caso de una investigación publicada en JAMA Pediatrics, que pone de manifiesto que los niños
que viven en países donde se consume menos leche suelen sufrir menos
fracturas. La mejor manera para conseguir unos huesos fuertes, recomienda
la guía de Harvard, es hacer ejercicio y mantener un estilo de vida saludable,
no beber leche sin parar.
Además, esta misma guía recuerda que la vitamina D y
las proteínas pueden ser obtenidas de otras fuentes, como los zumos o la leche
de soja para la primera y las judías y los huevos para la segundas. La leche
incluso puede llegar a ser contraproducente para los huesos, como señaló una investigación publicada en 1998 en Annals of Internal Medicine. El estudio
concluyó que consumir altas cantidades de vitamina A (retinol) puede dañar los
huesos, por lo que la guía de la Escuela Médica recomienda tener cuidado con
la leche fortificada, los cereales de desayuno o las barritas energéticas.
No nos olvidemos de que la leche entera tiene altos
niveles de grasa, por lo que en cantidades demasiado elevadas, puede conducir a
la obesidad. Es lo que concluía una investigación publicada en Archives of Disease in Childhood, que afirmaba que,
aunque consumir leche hacía a los niños más altos, superar los tres vasos al
día solía causar obesidad y sobrepeso entre aquellos que la consumían.
La relación entre la leche y el cáncer
Más peliaguda resulta la vinculación entre los
productos lácteos y determinados tipos de cáncer. Por un lado, centrémonos en
las buenas noticias: según una investigación de la Sociedad Americana del Cáncer encabezada
por Peter Campbell y publicada en el Journal of Clinical Oncology,
una dieta rica en leche puede alargar las vidas de los que sufren cáncer
de colon, aunque otros expertos como Donald Abrams, de la Universidad de
California, matizaban que no se puede analizar un producto por separado, sino
que probablemente es la dieta completa la que influye en la salud de los
enfermos.
Las hormonas que se encuentran en la leche, especialmente los estrógenos
que se transmiten a través de las vacas embarazadas, pueden influir en la
aparición de cánceres como el de próstata, de ovarios y de pecho
La guía de la Escuela de Salud de Harvard señala que
la ingesta de leche puede incrementar el riesgo de sufrir cáncer de próstata
y cáncer de ovario, pero ¿cuánto de cierto hay en ello? Según la doctora
de Harvard Ganmaa Davaasambuu, las hormonas que se encuentran en
la leche que solemos consumir hoy en día, en concreto los estrógenos que se
transmiten a través de la leche de las vacas embarazadas, pueden influir
en la aparición de cánceres como el de próstata, de ovarios y de pecho. La
autora recordaba una investigación que había puesto de manifiesto que aquellos países en los que se consume
más queso y leche eran también aquellos en los que estos tumores malignos se
habían disparado.
¿Cuánto de cierto hay en ello? Un metaestudio publicado en Nutrition Reviews
se hizo dicha pregunta, y para ello recogió algunas de las investigaciones más
relevantes, que mostraron una relación tenue entre dichos tipos de cáncer y el
consumo de la leche. La investigación recomendaba, eso sí, el consumo de
leche baja en grasa, leche cultivada y yogurt. Como señaló un estudio posterior publicado en Journal of
Nutrition, tan sólo la leche entera estaba relacionada con el cáncer de
próstata. Uf, todo un bosque de datos no concluyentes en los que sólo queda una
idea clara: por si acaso, no superes los dos vasos de leche al día.
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