Cada uno de nosotros tiene un potencial deseando
convertirse en talento. Sin embargo a veces surgen procesos internos que nos impiden
liberarlo sin ser conscientes de ello.
Cada uno de nosotros es un sistema formado por
mente, cuerpo, corazón, energía y espíritu. Y nuestro éxito depende de saber hacer trabajar en
equipo de forma óptima a cada una de esas partes. Sin embargo, a pesar de
estar dotados de todo lo necesario para funcionar óptimamente y desarrollar
todo nuestro potencial, se generan en las personas una serie de disfunciones
(mal funcionamiento), que les llevan a estancarse, bloquearse, desorientarse,
hastiarse, desesperarse, desilusionarse, desconectarse, y otros “des”, que como
dicen Jaume Soler y M.
Mercé Conangla nos están conduciendo a un cansancio moral generalizado.
Desde esta óptica del ser humano como sistema, no
resulta difícil ver el paralelismo de funcionamiento entre una persona y un
equipo. Y es curioso como esas disfunciones en las personas son
similares a las que Patrick Lencioni relata en su libro “Las cinco
disfunciones de un equipo”. Alguna de esas disfunciones las he vivido en mi misma, y por eso soy
consciente de la importancia de detectarlas, asumirlas y trabajarlas para
crecer personal y profesionalmente.
1. Ausencia de confianza en uno mismo y en los demás.
La falta de confianza nos hace dudar de nosotros
mismos y de los demás. Esa duda nos hace vacilar a la hora de tomar decisiones
y emprender acciones, procrastinando el
logro de nuestras metas. La falta de confianza nos impide abrirnos a descubrir como realmente
somos, a compartir con los demás, a explorar nuevas experiencias, a conocer más
profundamente a otros. Cuando desconfiamos nos volvemos temerosos,
controladores y cerrados. Estas actitudes conllevan un ingente gasto de
energía, la que dedicamos a protegernos, defendernos y a esconder nuestras
debilidades.
Esa energía que empleamos en defender, esconder y
proteger nos impide invertirla en explorar nuestro potencial y desarrollarlo,
en emprender las acciones para lograr nuestros objetivos, y en aprovechar las oportunidades que
nos brindan los demás y el entorno.
Cuando confiamos nos abrimos, nos focalizamos y nos
llenamos de energía para perseguir nuestras metas, porque dejamos de controlar
nuestra conducta y la de los demás, de considerar cada cosa que pasa como una
amenaza para nuestro ego, de dudar sobre nuestras capacidades.
Aceptar nuestra
vulnerabilidad y compartirla nos abre la puerta hacia el crecimiento, porque nos hace ver que todos
tenemos debilidades pero que pueden ser compensadas con nuestras fortalezas, y
con las fortalezas de los otros. Nos hace comprender que todos nos necesitamos,
y que pedir ayuda y darla es el acto más liberador que puede existir.
2. Temor y huida del conflicto
Cuando no confiamos en nosotros mismos, evitamos
enfrentar nuestros propios conflictos internos, y eso además de que limita
nuestro crecimiento y autorrealización, nos lleva en muchos casos a aceptar las
demandas de los demás en detrimento de nuestros objetivos, por no atrevernos a
decir NO.
Como organismo vivo y abierto que somos estamos en
permanente estado de desequilibrio-caos-orden-equilibrio. Esto es un ciclo
natural que ocurre de forma habitual aunque no seamos conscientes de ello. El
desequilibrio y el caos surgen de nuestros conflictos internos (quiero,
pero debo, quiero y no me atrevo, quiero y no puedo), de nuestro conflicto
entre lo que nosotros queremos y lo que quieren los demás, entre nuestras expectativas
y las demandas del entorno, entre nuestros pensamientos y nuestras emociones, o
entre nuestra propia escala de valores.
Evitar el conflicto no lo resuelve, es más lo
mantiene, nos mantiene en lucha con nosotros mismos ocasionando grandes consumos
y pérdidas de energía. Evitamos el conflicto cuando no nos enfrentamos a
nuestros miedos, nuestras emociones disfuncionales, nuestras creencias limitantes, nuestras inseguridades. Huimos
del conflicto dejando de hacernos las preguntas que
provocaran la consciencia de lo que realmente pasa, dejando de parar para
reflexionar y encontrarnos con nosotros mismos.
Una buena relación con nosotros mismos solo se
construye desde la superación de los conflictos. Porque evitar el conflicto eleva
el nivel de tensión, la tensión hace que nos ocasionemos daños en forma de
ataques personales a nuestras capacidades, intenciones, identidad, etc. O en
forma de ataques a nuestra salud (exceso de trabajo, exceso de alcohol, exceso
de comida, relaciones dañinas). Cuando el nivel de tensión se eleva hasta el
máximo punto sostenible, la persona se desborda, y todo comienza a hacer aguas.
3. Falta de compromiso.
No nos comprometemos porque no tenemos claridad sobre
nuestras metas y no aceptamos la realidad en la que tenemos que actuar.
Para tener claridad de metas hace falta confianza en
uno mismo, lo que implica un alto grado de autoconocimiento y consciencia, así
como afrontar y trabajar nuestros conflictos. Ahora bien a veces el mayor
conflicto es la no aceptación de la realidad en la que estamos. No aceptar
nos lleva a la queja permanente, a la excusa y a la falta de asunción de la
responsabilidad y de control de nuestra vida. Todo ello conduce a la no acción,
a la reacción inconsciente o a la acción sin dirección. Ninguna de
ellas nos lleva al logro de nuestras metas.
No aceptamos que no tenemos las mismas cualidades que
otros, no aceptamos que otros sean mejores, no aceptamos que tenemos que
renunciar a ciertas cosas para lograr otras, no aceptamos los errores, no
aceptamos nuestros resultados, no aceptamos los mapas del mundo
de los demás.
No nos comprometemos porque buscamos el consenso, la
perfección, el ideal, la total seguridad y certidumbre. Así nuestro tiempo y energía se
gastan en buscar ese ideal de perfección, o la seguridad de tenerlo todo para
tomar la acción a la que nos hemos comprometido. Otras veces la energía la
empleamos en quejarnos de la situación que tenemos o echarle la culpa de la
misma al sistema o al resto del mundo. Al final todo ello nos lleva a no
actuar, a hacerlo demasiado tarde, o realizar una acción que no nos acerca
a nuestra meta.
No nos comprometemos porque tenemos miedo a perder, porque sabemos que con cada
compromiso, renunciamos a algo y lo queremos tener todo. No nos comprometemos
porque estamos apegados a nuestra comodidad (que confundimos con perfección o
seguridad), y no queremos asumir el riesgo de perder lo conocido y seguro
por ir a buscar lo desconocido e incierto.
4. Evitación de responsabilidades
Como no nos comprometemos, no decidimos, y en lugar de
aceptar nuestra indecisión y nuestra falta de compromiso, empezamos a echar
balones fuera.
Cada vez que en la ejecución del plan de acción, que hemos
diseñado con la más novedosa herramienta o técnica del mercado, surge algo no
previsto, un obstáculo, un resultado no deseado, una debilidad de la que no
éramos conscientes, alguien cuyos éxitos nos hacen dudar del nuestro, volvemos
a nuestra trinchera. Y desde ella volcamos todo nuestro esfuerzo en culpar a
otros.
Dejamos de rendir cuentas frente a nosotros mismos
sobre nuestros comportamientos y nuestros resultados, y eso nos castra el
crecimiento. Sin reflexión sobre el resultado de nuestras acciones no hay aprendizaje ni
posibilidad de mejora o cambio. La falta de autofeedback nos devuelve al
lúgubre mundo de la inconsciencia.
Hacemos dejadez de responsabilidad porque no podemos
tolerar la incomodidad de sabernos no infalibles, porque evitamos las conversaciones
difíciles con nosotros mismos, que son la antesala del nacimiento de
conflictos.
5. Falta de atención a los resultados
Es bastante frecuente, que pesar de tener la meta
clara y el plan de acción trazado, en el camino nos dediquemos a ocuparnos de
temas distintos que nos alejan de nuestro objetivo. Las razones, comodidad,
miedo a defraudar a otros por no atender sus demandas, inseguridad sobre
nuestras capacidades para llevar a cabo las acciones planeadas con éxito, y
algunas otras.
Por el camino vamos perdiendo el foco de nuestra meta,
dispersando nuestra atención en cuestiones improductivas: lo que hacen los
demás, lo que más nos apetece en cada momento, lo último que ha surgido y es
más innovador, las actividades rutinarias, la búsqueda de afecto constante, la
satisfacción de nuestro ego.
Nada de lo que hacemos es bueno o malo en si mismo, o
mejor o peor, todo depende de si nos ayuda a lograr o no el resultado que nos
marcamos.
Los comportamientos son funcionales si nos ayudan a
lograr nuestros objetivos y resultados, son disfuncionales si no contribuyen a
ello. Las decisiones
y acciones que emprendemos son las adecuadas si nos acercan a nuestro objetivo
y son inadecuadas si nos alejan de él.
La aparición de cualquier de estas 5 disfunciones
impide que logremos nuestras metas, porque generan una grieta en nuestro sistema
personal, a través de la cual se produce la fuga de nuestra energía. Sin energía nos
falta el combustible para perseguir nuestros objetivos.
A veces no somos conscientes de esta disfunción con lo
que la energía se cuela por ella a borbotones. Otras, nos auto engañamos
creyendo que podemos taparlas con sucedáneos (felicidad artificial, vida social
intensa, vida paralela en las redes sociales, cursos y cursos de desarrollo,
test y test de autoconocimiento, etc., ).
En los procesos de coaching y mentoring ayudamos
a las personas a liberar todo su potencial, acompañándolos en el proceso de localizar todos sus
recursos y elementos internos (ideas, pensamientos, emociones, creencias,
fortalezas, deseos, aspiraciones, valores, propósitos, motivaciones, mapas
mentales, sensaciones, instintos) para activarlos, y facilitar que trabajen en
equipo de una forma constructiva y equilibrada con el fin de lograr sus metas.
Con el coaching y el mentoring puedes aprender a ser
el malabarista de tu vida, poniendo en juego todos tus recursos mediante un ciclo de flujo de
energía constante y equilibrado. Estas son las 5 aportaciones del mentoring
y el coaching para liberar tu potencial:
1. Crea un espacio de confianza para poder
compartir nuestra vulnerabilidad, y desde ahí conectar con nuestra esencia y
autenticidad para restablecer nuestra seguridad y confianza.
2. Nos ayuda a convertirnos en el mejor mediador,
negociador y resoluto de nuestros propios conflictos
3. Crea un espacio de claridad y
sabiduría para fijar nuestras metas y para aceptar la realidad en la que
tenemos que llevarlas a cabo, ayudándonos a aprender a tomar decisiones sabias
y no perfectas.
4. Crea un ciclo constante de
reflexión-acción-reflexión que nos hace conscientes de asumir nuestra
responsabilidad en el logro de nuestras metas, elevando y acelerando nuestra
capacidad de aprendizaje.
5. Nos mantiene de forma permanente focalizados en la meta, el objetivo y el resultado, ayudándonos a gestionar nuestra energía de forma optima.
5. Nos mantiene de forma permanente focalizados en la meta, el objetivo y el resultado, ayudándonos a gestionar nuestra energía de forma optima.
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