Tanto si eres novato en el mundo profesional como si
llevas casi toda tu vida en un despacho, puedes haber llegado a la conclusión
de que ser buen compañero, arrimar el hombro o pensar en el bienestar de los demás es el peor camino
para que te vaya bien en el trabajo. A menudo desechamos tan descorazonadora
idea y nos reprendemos internamente por malpensados, envidiosos o
victimistas, pero ¿y si fuera esa la fría realidad?
Es lo que parece demostrar, con datos de nada menos
que 50.000 empleados de 11 empresas, un estudio reciente de la Harvard
Business School sobre “empleados tóxicos”, reseñado por 'The Washington Post'. No se trata de la toxicidad de la
que hemos hablado en otras ocasiones, ese ánimo negativo que nos lastra a base
de quejas y torpes llamadas pasivo-agresivas de atención, sino de algo mucho
más taimado y difícil de detectar. Y también más peligroso.
Los compañeros que nadie quiere cerca son normalmente
mucho más rápidos e industriosos que el trabajador medio
Lo que llaman tóxico estos autores, Michael Housman
y Dylan Minor, después de bucear en profundidad en un 'software'
desarrollado por psicólogos de empresa para evaluar a los candidatos en
procesos de selección de personal, está entre el egoísmo de un compañero molesto y problemas
mucho más graves como el acoso, el robo o la violencia en plena oficina. Para
hacer esta clasificación y llegar a las conclusiones que veremos después,
han cruzado respuestas de completos cuestionarios en los que se les preguntaba
por cómo se veían a sí mismos y a los demás, o sus opiniones sobre el trabajo
en equipo, y una serie de datos sobre su desempeño en la empresa:
productividad, eficacia en el servicio al cliente, nivel de estudios, fecha de
contratación y de finalización de la relación laboral, causa de esta última,
etc.
Sorpresas interesantes
A la vista de este estudio no es cierto, como
quizá queremos creer, que los compañeros más considerados con los
demás son también los que más y mejor trabajan. De hecho estos compañeros
que nadie quiere cerca son normalmente mucho más rápidos e industriosos
que el trabajador medio. ¿En casa te miran mal cuando dices que odias a ese
trepa desagradable que se queda trabajando hasta las mil y que gana el doble
que tú? Probablemente haces bien en odiarlo, pero no en dar por hecho que solo
es peloteo y apariencia.
El caso clásico que destacan en el 'Post' es el de
esos comerciales de moral relajada que todos conocemos, que venderían a
su madre (en una promoción que no puedes dejar pasar) y que mienten sin un
pestañeo. ¿No es comprensible que las empresas los cuiden cuando son los que
más beneficios aportan, y que hasta se mire hacia otro lado cuando hay dudas
sobre si están respetando la ley?
Los candidatos que contestaron en los test que hay que
seguir siempre las reglas fueron precisamente los más despedidos por romperlas
Aún más triste es la conclusión cuando se estudia la
antigüedad en la compañía en relación al calado ético de los sujetos. Tal y
como quizá sospechabas, cuantos menos escrúpulos, más tiempo se mantienen.
Por un lado, porque como vemos parecen salir a cuenta a las empresas. Por otro, porque los demás
compañeros tienden a marcharse con tal de no aguantarlos, dejándoles ganar la
carrera (muchas veces por el bien de su salud mental).
También se desprende del estudio que los peores
compañeros tienen mejor imagen de sí mismos que de los demás. Ellos dan
por hecho que merecen todo lo bueno que les pasa y esa es una de las causas por
las que pueden terminar siendo una pesadilla para los otros.
Un punto que es una fortaleza pero que también podría
convertirse en debilidad es la excesiva confianza en ellos mismos
de la que hacen gala los que acaban rompiendo las normas en su beneficio. Los
pesimistas en ese sentido pueden ser igual de malas personas, pero no se
deciden tan fácilmente a saltarse las reglas.
Cuidado con los que van de
intachables
¿Te has quedado con la boca abierta siendo testigo de
cómo alguien se vende a sí mismo como escrupulosamente honrado cuando sabes
perfectamente que tiene dos (o tres) caras? No deberías, porque es más normal
de lo que solemos imaginar. En este estudio, los que contestaron en los
test que siempre hay que seguir las reglas sin excepciones se corresponden
precisamente con los que al final fueron despedidos por romperlas. Había
menos expedientes problemáticos entre los que contestaron que de vez en cuando
es necesario hacer algo fuera de las normas.
Evitar a un trabajador tóxico supone ganar el doble
que contratar a un trabajador ideal
¿Y eso por qué? Suponemos que porque los menos
honrados son también los menos sinceros. En palabras de los investigadores de
Harvard, son más maquiavélicos. Así que dicen sin dudar aquello que les va a
dar más probabilidades a la hora de conseguir el trabajo, sin plantearse si es
verdad o no. En otras palabras, cuando parecen seguir las reglas, probablemente
solo están fingiendo que lo hacen.
El mal compensa… pero no a la
empresa
Después de pensar en todo esto no dan muchas ganas de
intentar ser bueno en lo tuyo, pero hay un aspecto importante, y en realidad es
el único decisivo para los altos cargos, los que deciden en última
instancia. Se trata de la dimensión financiera. Aunque a corto plazo haya malos
compañeros muy premiados por la rentabilidad que suponen, el estudio termina
aconsejando evitarlos, porque ocasionan muchos gastos añadidos.
Buenos trabajadores que abandonan dejando el trabajo a
medias para alejarse del mal compañero, gastos legales por sus tejemanejes… El
dato es lapidario: evitar a un trabajador tóxico supone ganar el doble que
contratar a un trabajador ideal. Sin contar con que, cuando hay que
despedirlos, de nuevo toca invertir en litigios, indemnizaciones y en motivar a la desmoralizada
plantilla.
Luego está lo de la cesta de manzanas buenas que se
echan a perder por la única podrida. Si eres empresario y estás sopesando la
posibilidad de mantener a alguien así, ten en cuenta que ese “veneno” se
expande. Los demás suelen imitarlo si ven que comportarse bien no sirve.
Así que, a la larga, merece la pena evitarlos, y no
solo por lo mal que nos caen.