sábado, 10 de septiembre de 2016

POR QUÉ LOS COMPAÑEROS MÁS RASTREROS SON TAMBIÉN LOS QUE TRIUNFAN



Tanto si eres novato en el mundo profesional como si llevas casi toda tu vida en un despacho, puedes haber llegado a la conclusión de que ser buen compañero, arrimar el hombro o pensar en el bienestar de los demás es el peor camino para que te vaya bien en el trabajo. A menudo desechamos tan descorazonadora idea y nos reprendemos internamente por malpensados, envidiosos o victimistas, pero ¿y si fuera esa la fría realidad?
Es lo que parece demostrar, con datos de nada menos que 50.000 empleados de 11 empresas, un estudio reciente de la Harvard Business School sobre “empleados tóxicos”, reseñado por 'The Washington Post'. No se trata de la toxicidad de la que hemos hablado en otras ocasiones, ese ánimo negativo que nos lastra a base de quejas y torpes llamadas pasivo-agresivas de atención, sino de algo mucho más taimado y difícil de detectar. Y también más peligroso.
Los compañeros que nadie quiere cerca son normalmente mucho más rápidos e industriosos que el trabajador medio
Lo que llaman tóxico estos autores, Michael Housman y Dylan Minor, después de bucear en profundidad en un 'software' desarrollado por psicólogos de empresa para evaluar a los candidatos en procesos de selección de personal, está entre el egoísmo de un compañero molesto y problemas mucho más graves como el acoso, el robo o la violencia en plena oficina. Para hacer esta clasificación y llegar a las conclusiones que veremos después, han cruzado respuestas de completos cuestionarios en los que se les preguntaba por cómo se veían a sí mismos y a los demás, o sus opiniones sobre el trabajo en equipo, y una serie de datos sobre su desempeño en la empresa: productividad, eficacia en el servicio al cliente, nivel de estudios, fecha de contratación y de finalización de la relación laboral, causa de esta última, etc.
Sorpresas interesantes
A la vista de este estudio no es cierto, como quizá queremos creer, que los compañeros más considerados con los demás son también los que más y mejor trabajan. De hecho estos compañeros que nadie quiere cerca son normalmente mucho más rápidos e industriosos que el trabajador medio. ¿En casa te miran mal cuando dices que odias a ese trepa desagradable que se queda trabajando hasta las mil y que gana el doble que tú? Probablemente haces bien en odiarlo, pero no en dar por hecho que solo es peloteo y apariencia.
El caso clásico que destacan en el 'Post' es el de esos comerciales de moral relajada que todos conocemos, que venderían a su madre (en una promoción que no puedes dejar pasar) y que mienten sin un pestañeo. ¿No es comprensible que las empresas los cuiden cuando son los que más beneficios aportan, y que hasta se mire hacia otro lado cuando hay dudas sobre si están respetando la ley?
Los candidatos que contestaron en los test que hay que seguir siempre las reglas fueron precisamente los más despedidos por romperlas
Aún más triste es la conclusión cuando se estudia la antigüedad en la compañía en relación al calado ético de los sujetos. Tal y como quizá sospechabas, cuantos menos escrúpulos, más tiempo se mantienen. Por un lado, porque como vemos parecen salir a cuenta a las empresas. Por otro, porque los demás compañeros tienden a marcharse con tal de no aguantarlos, dejándoles ganar la carrera (muchas veces por el bien de su salud mental).
También se desprende del estudio que los peores compañeros tienen mejor imagen de sí mismos que de los demás. Ellos dan por hecho que merecen todo lo bueno que les pasa y esa es una de las causas por las que pueden terminar siendo una pesadilla para los otros.
Un punto que es una fortaleza pero que también podría convertirse en debilidad es la excesiva confianza en ellos mismos de la que hacen gala los que acaban rompiendo las normas en su beneficio. Los pesimistas en ese sentido pueden ser igual de malas personas, pero no se deciden tan fácilmente a saltarse las reglas.
Cuidado con los que van de intachables
¿Te has quedado con la boca abierta siendo testigo de cómo alguien se vende a sí mismo como escrupulosamente honrado cuando sabes perfectamente que tiene dos (o tres) caras? No deberías, porque es más normal de lo que solemos imaginar. En este estudio, los que contestaron en los test que siempre hay que seguir las reglas sin excepciones se corresponden precisamente con los que al final fueron despedidos por romperlas. Había menos expedientes problemáticos entre los que contestaron que de vez en cuando es necesario hacer algo fuera de las normas.
Evitar a un trabajador tóxico supone ganar el doble que contratar a un trabajador ideal
¿Y eso por qué? Suponemos que porque los menos honrados son también los menos sinceros. En palabras de los investigadores de Harvard, son más maquiavélicos. Así que dicen sin dudar aquello que les va a dar más probabilidades a la hora de conseguir el trabajo, sin plantearse si es verdad o no. En otras palabras, cuando parecen seguir las reglas, probablemente solo están fingiendo que lo hacen.
El mal compensa… pero no a la empresa
Después de pensar en todo esto no dan muchas ganas de intentar ser bueno en lo tuyo, pero hay un aspecto importante, y en realidad es el único decisivo para los altos cargos, los que deciden en última instancia. Se trata de la dimensión financiera. Aunque a corto plazo haya malos compañeros muy premiados por la rentabilidad que suponen, el estudio termina aconsejando evitarlos, porque ocasionan muchos gastos añadidos.
Buenos trabajadores que abandonan dejando el trabajo a medias para alejarse del mal compañero, gastos legales por sus tejemanejes… El dato es lapidario: evitar a un trabajador tóxico supone ganar el doble que contratar a un trabajador ideal. Sin contar con que, cuando hay que despedirlos, de nuevo toca invertir en litigios, indemnizaciones y en motivar a la desmoralizada plantilla.
Luego está lo de la cesta de manzanas buenas que se echan a perder por la única podrida. Si eres empresario y estás sopesando la posibilidad de mantener a alguien así, ten en cuenta que ese “veneno” se expande. Los demás suelen imitarlo si ven que comportarse bien no sirve.
Así que, a la larga, merece la pena evitarlos, y no solo por lo mal que nos caen.

QUÉ HACER CUANDO ESTÁS TRISTE: CONSEJOS PARA QUE RECUPERES EL ÁNIMO



Tomar los problemas con perspectiva o hacer deporte son algunos de los trucos que pueden ayudarnos a llorar... de felicidad
Seguro que alguna vez habrás experimentado una sensación extraña que recorre tu cuerpo: te hace sentir sin fuerzas y sin ganas de otra cosa que meterte la cama y apagar la luz. Según la RAE, alguien está 'triste' cuando se siente “afligido, apesadumbrado o melancólico”, todos ellos adjetivos nada agradables para la persona que los sufre y para quienes le rodean. Para los que están intentado dejar atrás la pena y comenzar una etapa pletórica llena de alegría, aquí recogemos una serie de consejos que ayudarán a avanzar en el intento.
¡Sonríele a la vida!
La ciencia ha demostrado que el mero hecho de sonreír nos hace sentir más felices. Cuando reímos, el organismo libera una sustancia –conocida como endorfina– que fomenta la sensación de bienestar. Es posible que te cueste un poco al principio, pero siempre puedes empezar por recordar algún momento feliz del pasado o esa escena en la que fue imposible evitar llorar… de alegría.  
El cine, un buen aliado
Los que tengan más dificultades en recordar buenos momentos siempre pueden recurrir a la felicidad 'externa'. Para ello, basta con elegir una película divertida que nos arranque carcajadas sin pensar o un buen libro de máxima comicidad. En el mundo del celuloide se encuentran clásicos tan hilarantes como 'Con faldas y a lo loco', 'Los caballeros de la mesa cuadrada' o 'Aterriza como puedas'. En el sector editorial, 'Maldito karma', 'Un yanki en la corte del Rey Arturo' o 'Soy de pueblo' pueden ayudarte en el intento.
Míralo con perspectiva
En el caso de preocupaciones 'triviales' como no haber sacado buena nota en un examen o no haber logrado hacerte con esa prenda de ropa que tanto ansiabas, míralo con perspectiva. Dentro de diez años, es posible que no te acuerdes del nombre de tu profesor o que esos pantalones tan bonitos hayan pasado de moda. Aléjate del presente por un momento: empezarás a notar que esos 'problemas' serán nimiedades con el paso del tiempo. ¿Por qué preocuparse por ellos entonces?
Haz deporte
Igual que el hecho de sonreír produce endorfinas que nos animan, el deporte también surte al organismo de esta especie de 'impulsor de la felicidad'. La práctica deportiva puede resultar muy cansada al principio y es posible que la pereza intente arrastrarte hacia el sofá, pero si consigues superar los primeros días te resultará muy difícil dejar de hacer ejercicio. Además de mejorar tu estado anímico, ¡te pondrás en forma!
'Non-stop' mental
Cuando nos sentimos tristes no tenemos ganas de hacer nada. Sin embargo, es importante que luches contra esta sensación y te fuerces a salir de la monotonía. Entretén la mente todo el tiempo que puedas: puedes apuntarte a clases de inglés, de manualidades, de música, de danza…o de risoterapia. Busca tu hobby preferido y dedícate a él dejando que esta afición te vaya sacando poco a poco de la cabeza los malos pensamientos.

SE MUERE: LA TRISTE VERDAD SOBRE EL TRABAJADOR DEL CONOCIMIENTO. Y ESTO LE SUSTITUIRÁ



Creíamos que una buena formación era la solución para lograr una exitosa vida laboral. Ahora ya sabemos que no. Pero el mundo de las profesiones trae más sorpresas
Dado que vivimos en la economía del conocimiento, hay una percepción muy acentuada de que la única opción, si se quiere tener una trayectoria laboral provechosa, es invertir en formación. Ese es el camino para, en lugar de trabajos repetitivos, rutinarios y mal pagados, conseguir puestos intelectualmente satisfactorios, bien retribuidos y con proyección profesional. Los tiempos exigen personas que sepan resolver problemas en entornos altamente competitivos, en especial lo que se ha dado en llamar analistas simbólicos, como los ingenieros, abogados, científicos, directivos, consultores, periodistas o creadores, personas que saben procesar la información para conseguir buenos resultados en escenarios complejos.
Esa es la creencia, pero la realidad dista mucho de la teoría, afirma Jadranka Švarc, del Institute of Social Sciences de Zagreb, en el estudio 'The knowledge worker is dead. ¿What about professions', publicado en la revista 'Current Sociology'.
En primera instancia, porque el escenario laboral es muy ambiguo. Si bien la tercera revolución industrial y la revolución digital nos dirigieron a un entorno productivo en el que la mayoría de los empleos se demandaban en el sector servicios, y en el que muchos de ellos no eran manuales, sino típicos de los 'white collar', como los relacionados con tareas administrativas, técnicas o de gestión, los resultados no han favorecido a los profesionales formados, asegura Svarc.
Lo que se promueve en Europa es la McDonaldización de la sociedad (empleos rutinarios con bajos salarios y escasa capacitación) y no una mayor cualificación
Según el proyecto WALQING de la Comisión Europea, "la mitad de los 16,67 millones de nuevos puestos de trabajo creados entre 2000 y 2008 en la UE tienen condiciones laborales muy problemáticas, como salarios bajos, contratos temporales y empleos precarios con escaso contenido técnico, etc”. Además, en las últimas décadas, prosigue la Comisión, ha habido un preocupante aumento en la polarización del mercado laboral, lo que reduce la movilidad ascendente, provoca un aumento de las desigualdades sociales, disminuye las oportunidades de empleo y pone en peligro la estabilidad macroeconómica. 
Menos margen, más competencia
La explicación puede estar en que, con la excepción de algunas áreas especialmente afortunadas, como la financiera o determinados sectores de la salud, lo que se está promoviendo en Europa es, como la denominóGeorge Ritzer, la McDonaldización de la sociedad (empleos con bajas retribuciones, escasa capacitación y mucha tarea rutinaria) y no una mayor cualificación. Desde esta perspectiva, podría entenderse que los márgenes se han estrechado, que cada vez hay menos espacio para los puestos intensivos en conocimiento y mucha más demanda de empleos de bajas prestaciones en el sector servicios. Eso implicaría una reducción de opciones, pero no la modificación del esquema: la formación sería más importante que nunca.
Existe un nuevo grupo laboral, el de las personas de clase media en cuanto a formación y de clase obrera en cuanto al salario que perciben
Sin embargo, el trabajo cualificado no parece vivir su mejor momento. En parte porque, como señala I. Brinkley en 'Knowledge Workers and Knowledge Work', después de 40 años de crecimiento ininterrumpido en industrias y ocupaciones basadas en el conocimiento, estos puestos de trabajo representan hoy sólo uno de cada diez. Y en segundo lugar porque, afirma Svarc, existe una nueva tipología dentro de este grupo, el de personas de clase media en cuanto a formación y de clase obrera en cuanto a retribución, que se ha dado en llamarse 'cognitariado', y que a pesar de la sólida educación recibida, viven en condiciones de precariedad e inseguridad social, sin contar con ingresos estables ni perspectivas de futuro.
Gente creativa
La solución al problema pareció llegar de la mano de un nuevo concepto, la clase creativa, que popularizó Richard Florida,  y que trataba de sustituir el conocimiento por la capacidad innovadora. Todo era susceptible de ser mejorado, desde un modelo de negocio hasta un servicio de peluquería, y los profesionales que supieran crear esa diferencia serían los que gozarían de un mejor futuro. Ocurría en alta tecnología y en los servicios, en la abogacía y en las empresas de catering, en la enseñanza y en la prestación de asesoramiento tributario. Lo que hacía falta era gente con capacidad de crear. Esa nueva visión de la innovación produjo también una serie de nuevos profesionales(ingenieros, gestores o programadores informáticos, pero también diseñadores de moda, cineastas, psicoterapeutas, fisioterapeutas, gerontólogos o urbanistas, entre otros) que encajaban en este nuevo modelo del creador incrustado en la innovación.
Todos estos factores han conducido a una pérdida progresiva de la confianza en la experiencia profesional, en la capacitación y en el logro
Sin embargo, y una vez más, la teoría y la práctica no han terminado de encontrarse, ya que la clase creativa se desenvuelve dentro de un elevado nivel de desempleo, una alta proporción de trabajadores por cuenta propia que obtienen escasos beneficios y mucha inseguridad laboral.
Intuición en lugar de conocimiento
Al mismo tiempo, asegura Svarc, esta economía de servicios ha cambiado la racionalidad técnica, los conocimientos especializados y las competencias predefinidas que eran típicas de las profesiones, por los valores y habilidades, como la creatividad, la multitarea, el talento artístico, la intuición y la orientación al cliente. Eso también ha supuesto algunos cambios en la percepción del consumidor final. La descualificación que está ocasionando esta deriva, junto con el hecho de que las ocupaciones más inverosímiles se hayan convertido en candidatas para la profesionalización y la excesiva (o falsa) publicidad que utilizan los prestadores de servicios, conduce a una pérdida progresiva de la confianza en la experiencia profesional, en la capacitación y en el logro.
El trabajador del conocimiento es cada vez menos relevante en el mercado laboral, y el emprendedor de sí mismo cada vez lo es más
¿Hay futuro, pues, para los profesionales? Según Svarc, el momento es complejo, porque la digitalización hace la vida más fácil, pero está creando problemas estructurales en el mercado laboral contemporáneo, provoca que las desigualdades aumenten, y crea nuevas clases pobres, como el cognitariado y el precariado. Sin embargo, la menguante presencia de los trabajadores del conocimiento, que se prevé que será mucho mayor en el futuro cercano, no significa que el empleo profesional vaya a desaparecer. Más bien, se está transformando: una enorme variedad de ocupaciones, inconcebible hace tan sólo una década, han surgido en el mercado de trabajo y van camino de convertirse en profesiones completas y estructuradas. Sin embargo, tienen poco que ver con las anteriores, y necesitan nuevas formas de ser entendidas y nuevos cánones y reglas que las organicen.
Pero queda una pregunta en el aire: no se trata sólo de si es comparable el médico del pasado con el creador de moda para perros del presente, ni si unos y otros se encuadran en la misma categoría, sino de que los cambios son más profundos en lo que se refiere sobre todo a lo económico. La mayoría de los nuevos profesionales, que tienen que ver con el área creativa subsisten en condiciones materiales que distan mucho de las categorías del pasado. La cuestión es que parece más que cada cual se está inventando su puesto de trabajo, y con escasa suerte, que insertándose en estructuras laborales que garantizan la subsistencia. El trabajador del conocimiento es cada vez menos relevante, y el emprendedor de sí mismo cada vez lo es más.