“El
optimismo aún no está aceptado en España, se piensa que es de ingenuos”
La fuerza de la dialéctica. José Antonio Marina y el doctor Luis Rojas Marcos,
dos de los grandes pensadores de España (en la
acepción más amplia del término; uno de ellos filósofo, el otro,
psiquiatra) se reunieron ayer en la Casa de América en un acto presentado por
el periodista Javier del Pino para tomarle el pulso al buen o mal humor
de un país, el nuestro, que no ha tenido últimamente muchos motivos para
sonreír.
Con motivo de la celebración del Día Mundial de la
Sonrisa promovido por Danone, ambos conferenciantes recordaron la
importancia del mero acto de sonreír, no únicamente “como expresión dirigida a
otra persona, para decirle ‘no tengas miedo, quiero conectar contigo’”,
como recordaba Marina, sino también como forma de comunicarnos con nosotros
mismos. “Cuando yo sonrío, expreso mi bienestar, pero también aumento
mi bienestar”.
Como han demostrado diversas investigaciones, sonreír
nos ayuda a sentirnos más cómodos, a ser más agradables con los demás, a
conseguir con mayor facilidad nuestros objetivos. Lo fisiológico y lo mental
están mucho más relacionados de lo que pensamos: como recuerda el filósofo,
intenta ponerte un lápiz en la boca para forzar una sonrisa cuando estás
enfadado.
Los imperativos del pesimismo
Vivimos en la cultura del gesto hosco, recuerda el
autor de El aprendizaje de la creatividad (Ariel), y por eso debemos
reivindicar una cultura de la sonrisa. A pesar de que
ramificaciones de la psicología como el conductismo o la psicología
positiva, propiamente americanas, han demostrado la importancia del optimismo,
el pesimismo sigue siendo un valor vigente, especialmente en el Viejo
Continente.
En Europa y España somos más pesimistas que en Estados
Unidos“ En España, el pesimismo tiene un gran prestigio
intelectual”, recuerda Marina, “pero todos los que han conseguido cosas han
sido optimistas”. Mientras que en Europa el gran referente en el estudio de
nuestras emociones es “un cenizo como Sigmund Freud”, al otro lado del
charco el enfoque es mucho más positivo, con personajes como el conductista John
B. Watson, aquel que dijera “dadme un niño y lo adiestraré para que sea un
especialista en la materia que yo escoja (médico, abogado, ladrón o mendigo)
independientemente de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, etc”.
Rojas Marcos recuerda que “el optimismo en España no
está aceptado”, al contrario de lo que ocurre en otros países como Estados
Unidos, donde la sonrisa y el optimismo “están glorificados”. Buena
muestra de ello son, por ejemplo, las entrevistas de trabajo. “Nunca digas allí
que eres realista, no digamos ya pesimista”, explica el psiquiatra. Sin
embargo, aquí nadie se describiría como un optimista en nuestro país.
Cuando el pensamiento automático acaba con nosotros
Rojas Marcos cuenta a tal respecto una ilustrativa
anécdota. En un viaje transoceánico en avión, su vecina de asiento interrogó al
doctor sobre su motivo de su viaje. El psiquiatra le respondió que iba a dar
una charla, a lo que ella, automáticamente replicó “pues España está muy mal”.
Rojas Marcos le pregunta que por qué, y ella responde que “porque estamos
rodeados de maltratadores y terroristas”.
Si creemos que nuestro jefe nos trata mal, pensaremos
que no pasa nada si nos llevamos algo de la oficina La siguiente pregunta del
psiquiatra del Consejo de Medicina del Estado de Nueva York era lógica: “¿tiene
algún vecino que sea maltratador?” La mujer se puso a pensar y dijo,
claro, que no. “¿Y terrorista?” Obviamente, tampoco. Es una muestra
de ese “pensamiento automático”, como lo denomina el autor de La fuerza del
optimismo (Punto de lectura), que nos lleva a darle más importancia a las
lejanas amenazas que a las cosas positivas que nos rodean.
Un mal del que parece estar aquejada toda España. Como
recuerda Marina, “pensar que todo va mal genera un sistema de excusas tremendo”
que conduce, por ejemplo, a la corrupción. “Si creemos que nuestro jefe
nos trata mal, pensaremos que no pasa nada si nos llevamos algo de la oficina”.
La sociedad y cultura que nos rodean influye mucho en nuestra percepción de las
cosas: en las novelas de caballería era habitual que el héroe llorase como una
magdalena porque era algo no sólo permisible, sino también positivo. Hoy en
día, llorar en público es una señal de debilidad.
Estamos mejor de lo que pensamos
Un curioso y barato experimento social realizado entre
el auditorio ilustra bien lo importante que resultan tanto la subjetividad como
el contexto social en la percepción de nuestra propia felicidad. Rojas
Marcos pide que levanten la mano aquellos que darían a su felicidad una nota de
un 6 o más, algo que hace alrededor del 90% del auditorio, una mayoría casi
unánime. Y, sin embargo, tendemos a valorar la felicidad de los demás de manera
inferior a la que realmente les corresponde.
Nos pasamos la vida echando en falta algo o lamentando
lo que hemos perdido Paradójicamente, “pensamos que somos más felices que los
demás” (aunque nos pasemos todo el día quejándonos). El psiquiatra recuerda que
nuestro organismo, salvo en algunos casos, está preparado para ser
optimistas y pensar que somos felices: “La mayor parte de personas se
encuentran razonablemente bien”.
La excepción es, por ejemplo, lo que Marina denomina
“el niño que nunca sonríe”, aquel que interpreta todo de manera negativa: “No
es tan fácil aprender a disfrutar de las cosas, nos pasamos la vida echando en
falta algo o lamentando lo que hemos perdido. El presente se devalúa”.
La falsa sonrisa de los políticos
Del Pino plantea una última y polémica pregunta a los
ponentes: ¿cómo sonríen los políticos españoles, como es el caso de Mariano
Rajoy, descrito hace un par de años por The Economist como “la pesadilla de los asesores de
imagen”. Marina reconoce que “la sonrisa es bastante forzada” entre nuestros
mandatarios, a diferencia de lo que ocurre en el extranjero. “No dominan el
terreno de la imagen como sí lo hacen en otros países”.
Sólo en España existe el concepto de 'vergüenza ajena'
Entre otras razones, porque en España aún mantenemos “un sentido del
ridículo feroz”, ya que aún nos sentimos inseguros en nuestras
relaciones con los demás. Por ello, indica Marina, el español es el único
idioma en el que existe un término (“vergüenza ajena” o “Spanish shame”) que
sirve para denominar al apuro que pasamos cuando observamos a otras personas
comportarse de manera que consideramos ridícula.
Reírnos de nosotros mismos, pues, quizá sería lo más
apropiado. O, mejor dicho, sonreírnos a nosotros mismos, porque como
afirmaba Freud, “la risa es muy agresiva”. Sin embargo, el sentido del humor
es mucho más compasivo. Marina define el buen humor como “la propensión a
dar respuestas agradables a los estímulos recibidos”. Es decir, como explica
Rojas Marcos mediante una anécdota, la diferencia entre decir “has debido tener
un mal día” o “eres inaguantable y no tienes remedio” ante un comentario
desafortunado de la pareja.
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