Por muchos
estudios que se hagan, no es fácil simplificar algo como la felicidad en
tipologías y prácticas, pero nos proporcionan alguna pista
Decir a estas alturas que el dinero no da la
felicidad es una ingenuidadmayúscula. Cierto es que muchas de
las cosas más importante de la vida no pueden comprarse, pero todos necesitamos
un cierto bienestar material, sin el que es muy
difícil ser feliz. Y, qué demonios, estamos aún más contentos si en vez de
pasar las vacaciones de verano en la piscina municipal lo hacemos en
Tailandia y tenemos una casa en propiedad en vez de vivir en un estudio de 40
metros en el extrarradio sin calefacción ni lavavajillas.
Desde hace más de una década los psicólogos han
estudiado el efecto degastar el dinero en experiencias vitales o en bienes
materiales, y parecían
haber llegado a la conclusión de que, si bien gastarse el dinero en un coche o
un reloj no proporcionaba un bienestar perceptible, si lo hacía el hecho decomprar experiencias –como una cena en un
restaurante, un viaje o la entrada a un concierto– o los conocidos como “productos experienciales”, esto es, todos aquellos bienes que
permiten a sus propietarios desarrollar nuevas habilidades y conocimientos (ya
sea un instrumento musical o una raqueta de padel).
Ahora un nuevo estudio, publicado en la revista 'Social
Psychological and Personality Science', afirma que, si bien las experiencias
potencian más algunos tipos de felicidad, el mero consumo materialista aumenta
otros y, en conjunto, es igual (o más) efectivo al proporcionarnos bienestar.
Comprar, comprar, comprar
Según los autores de la investigación, los profesores
de psicología de la Universidad de British Columbia (Canadá) Aaron C. Weidman y Elizabeth
W. Dunn, existen tres tipos de felicidad:
1. La felicidad anticipatoria:
aquella que experimentamos ante la perspectiva de que vamos a comprarnos algo.
2. La felicidad momentánea:
la que vivimos en el momento en que disfrutamos de algo.
3. La felicidad crepuscular:
aquella de la que gozamos cuando recordamos una vivencia.
Hasta la fecha, la inmensa mayoría de los estudios
sobre la felicidad que proporciona la compra de bienes o experiencias (esto es,
aquello en lo que gastamos nuestro dinero), analizaban la felicidad
anticipatoria, preguntando a los participantes qué sentían pensando en una futura compra, y la crepuscular, preguntando en
qué medida una compra había contribuido en la felicidad general de cada
individuo. En contraste, la felicidad momentánea se ha medido siempre como el
placer que siente una persona en el momento en que compra algo. Una percepción
que, según los autores de este estudio, puede llevar a confusión.
Comprarse un bien material, como un jersey de
cachemira, puede darnos una gran felicidad momentánea que se repite cada vez
que lo usamos
“Por ejemplo, una visita al zoo puede ser recordada
años después como una fantástica experiencia familiar, en
la que el pequeño Jimmy vio leones y tigres por
vez primera, produciendo una gran felicidad crepuscular, aunque la misma visita
incluya lloros y conos de helados caídos, que fastidiaron la felicidad
momentánea”, apuntan los autores.
Al mismo tiempo, comprarse un bien material, como un jersey de cachemira,puede darnos una gran
felicidad momentánea que no acaba cuando guardamos la prenda en el armario,
pues nos hace sentir cómodos y atractivos cada vez que lo usamos, aunque su
recuerdo no nos proporcione una felicidad crepuscular tangible. Además, seguirá
mucho tiempo junto a nosotros, no como la visita al zoo, que sólo permanece en
nuestra (distorsionada) memoria.
¿En qué gastarías 20 euros?
Según Weidman y Dunn, aunque hay decenas de estudios
que afirman que las experiencias nos brindan una mayor felicidad general, nadie
ha estudiado como es debido la felicidad momentánea.
Y es lo que han tratado de hacer en su estudio. Para lograrlo, dieron a 67
individuos 20 dólares y les dividieron en dos grupos: unos debían comprar una
experiencia y otros un bien material de su elección. Tras esto, los
investigadores preguntaron a los participantes sobre su felicidad percibida.
Los sujetos experimentaron una felicidad momentánea
más intensa con las experiencias, pero ésta era más frecuente con los bienes
materiales, de los que podían disfrutar en más ocasiones. “Las compras materiales tienen una ventaja que no se ha
reconocido”, aseguran los autores, “ya que proporcionan episodios más
frecuentes de felicidad momentánea semanas después de que se hayan adquirido”.
Y al medir la felicidad total proporcionan mayor satisfacción en conjunto.
Nuestras visitas constantes a las tiendas nos
proporcionan una distracción de la vida diaria que, nos guste o no, nos hace
felices
Esto nos lleva a una conclusión que no hará nada de
gracia al Dalai Lama: el consumismo, mientras
podamos sostenerlo, nos hace felices. Como explica en 'The Atlantic' Olga Khazan, dado que enseguida nos acostumbramos
a las cosas que tenemos, cuando compramos alguno nuevo sentimos una sacudida de
felicidad que es menos intensa que irnos de viaje, pero que se repite más en el
tiempo. Y nuestras visitas constantes a las tiendas nos proporcionan una
distracción de la vida diaria que, nos guste o no, nos hace felices.
Esto, claro está, tiene su contrapartida. Como
explicaba la psicóloga e investigadora de la Universidad de Riverside en
California Sonja Lyubomirskyen su libro 'Los mitos de la felicidad', nos acostumbramos muy rápido a las
cosas buenas. La defensa de los pequeños detalles como garantes de la felicidad
se ha repetido hasta la saciedad en los ámbitos del bienestar, pero lo cierto
es que enseguida somos insensibles a los pequeños gestos (y compras). Este
fenómeno, que Lyubomirsky ha bautizado como “adaptación hedonista”, hace que la quinta vez que vayamos
a Ikea nuestra compra nos haga mucho menos feliz que en nuestra primera visita.
Al final,
por muchos estudios que se hagan, no es fácil simplificar algo como la
felicidad en tipologías y prácticas, máxime cuando todos
la experimentamos de distinta forma. Pero algo está claro: a nadie le amarga un
dulce, ya sea en forma de piruleta, entrada de concierto, un nuevo abrigo o un
Lamborghini. Y hay quien no se pude comprar ninguna de esas cosas.
Miguel Ayuso
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